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Ecuador
Indígenas cristianos que no quieren ver a Francisco

Viernes, 3 Julio, 2015 - 11:35

Hace 30 años Gustavo Negrete salió cruz en mano al encuentro de Juan Pablo II junto a otros indígenas en Ecuador. Hoy ni siquiera espera nada del papa Francisco: es un pastor evangélico resentido con la fe católica que antes abrazó.

El primer papa latinoamericano iniciará este domingo una gira de ocho días por Ecuador, Bolivia y Paraguay, países con población indígena históricamente excluida, a la que pretende llevar un mensaje de "ternura" como víctimas de lo que ha llamado "cultura del descarte".

Pero en las últimas décadas muchos nativos en Latinoamérica abandonaron, desencantados, la fe que le fue impuesta a sus ancestros a fuerza de cruz y espada durante la conquista española. Negrete es uno de ellos.

En 1985 recibió con otros quichuas a Juan Pablo II. Entonces un 94% de la población de Ecuador se consideraba católica, frente al 80% de los actuales 16 millones de ecuatorianos, que afirma seguir ese credo.

Negrete tenía 16 años y llevaba una cruz de madera que bendijo el papa y que guardó por mucho tiempo, pero luego la cambió por una biblia protestante que sostiene en las manos mientras habla con la AFP.

Francisco "hoy pasa desapercibido en las comunidades indígenas (...). Ya no existe ese mismo concepto, como teníamos en aquella época, que viene un representante de Dios", señala.

Cada domingo, Negrete viaja en su auto, por una vía escarpada, hasta Llamahuasi, una comunidad del páramo andino 80 km al sur de Quito. Allí es recibido en un modesto templo evangélico al sonido de guitarras, teclados y trombones. Ataviadas con chales, las mujeres cantan en quichua. "¡Cristo vive!", gritan los feligreses, todos nativos, algunos entre sollozos.

El indígena que una vez quiso ser sacerdote se convirtió al protestantismo a inicios de los años 1990 y ahora es pastor de cuatro templos de la Iglesia Príncipe de Paz, cuya mayoría de fieles creció en el catolicismo.

- "No éramos seres con alma" -

Negrete abandonó la fe católica cuando percibió que no sancionaba la "borrachera, el maltrato a los hijos, a la esposa" presentes en el mundo indígena. Además, pesó en su decisión el pasado de su padre, quien trabajó en una hacienda donde fue forzado a asumir el catolicismo.

"Todo eso hizo que tengamos un recelo, un distanciamiento, al saber que la Iglesia católica, aun creyendo en Dios, nos consideraba que no éramos seres con alma", afirma.

Ni en Ecuador, donde el 7% de la población es indígena, ni en Bolivia, donde un 40% de sus 10,5 millones de habitantes son aborígenes, existe un censo sobre el número de indígenas protestantes. Tampoco lo hay en Paraguay.

Pero Manuel Chugchilán, presidente de la Feine, una organización que reúne a los indígenas evangélicos de Ecuador, sostiene que desde los años 1980 se han multiplicado las congregaciones protestantes.

"Eran 40 iglesias. Ahora hay 2.500", dice a la AFP.

En su opinión, los protestantes llegaron a sitios donde la Iglesia católica no tenía presencia, y se ganaron la confianza de los indígenas por el "cambio de vida" que propiciaron. Ya no hay alcoholismo ni violencia y las familias "son prósperas", porque invierten en la educación de sus hijos, sostiene.

De los 3.000 sacerdotes que hay en Ecuador solo 20 son aborígenes, según Marco Acosta, responsable de la pastoral indígena de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, mientras la Feine cuenta con 700 pastores.

En el altiplano boliviano, Juan Villca enumera las razones de su conversión: "Perdimos la confianza y la fe por culpa de los curas, por violaciones, por abusos. Nos enseñan mal las doctrinas, son desobedientes".

Sin la rigidez de la liturgia católica, los misioneros evangélicos usaron la música y la danza -muy presentes en la cultura indígena- para llamar la atención de los nativos que por muchos años no accedieron a la biblia en su lengua.

"Muchos están en la iglesia evangélica más por interés que por convicción", afirma el padre Acosta, que espera que la "figura del papa Francisco, su testimonio, su sencillez, su mensaje", influya en las comunidades indígenas evangélicas. (La Prensa)

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