Indígenas
Guelaguetza:
La mayor fiesta de paz del México indígena

Lunes, 28 Julio, 2014 - 10:44

La semana de la mayor fiesta multicultural de México, la Guelaguetza, cuyas raíces mestizas se remontan a la época colonial, vivió el fin de semana sus jornadas finales en Oaxaca, bajo el lema histórico de “paz y solidaridad”.

Entre juegos pirotécnicos, carrozas de flores, un animoso y colorido folclore musical de 16 etnias indígenas, con motivos sincréticos, católicos y prehispánicos, un largo desfile con bandas musicales recorrió el sábado las callejuelas de la espléndida ciudad colonial, 500 km al sur de la Ciudad de México.

El ambiente de carnaval fue animado por los bebedores del mezcal –la fuerte y exquisita bebida espirituosa de la región hecha de un cactus de las montañas desérticas–, que volvió extrovertidos a miles de danzantes por las calles de una arquitectura barroca, preservada y considerada patrimonio de la humanidad por la Unesco.

La fiesta de Oaxaca, el corazón de las antiguas culturas zapoteca y mixteca, se celebró por primea vez en la era mestiza en 1932, poco después de la Revolución Mexicana de principios del siglo XX, cuando se celebraron 400 años de la fundación de la ciudad por los evangelizadores españoles.

La celebración de la fiesta indígena es ahora una pausa de paz y fraternidad en el verano boreal de un país fastidiado por la violencia de las bandas de narcotraficantes y las mafias de traficantes de personas migrantes y mujeres.

Don de reprocidad

La Guelaguetza, es una palabra de origen zapoteca, que significa “participar, cooperar”, y los indígenas la consideraban “un don gratuito que no lleva más obligación que la de la reciprocidad”, explicó a Nóvosti, Rafael Bucio, antropólogo afincado en la antigua ciudad.

“Fue una de las grandes estrategias integradoras del México multicultural del régimen posterior a la Revolución Mexicana”, dijo el experto en la tradición indígena mexicana.

Para Margarita Toledo, la septuagenaria presidenta del Comité de Autenticidad de Oaxaca, Guelaguetza es “un sentimiento de ayuda recíproca y de apoyo que compartimos los oaxaqueños y los mexicanos”.

“El reto de las nuevas generaciones es tener una educación de calidad, sin olvidar nuestra cultura y nuestros ancestros. Si no es así, se perderán nuestras raíces, como se han extinguido en otras regiones de México. Aquí tenemos orgullo por nuestras raíces”, dijo a Nóvosti Toledo, una de las mujeres organizadoras de la fiesta durante los últimos 25 años.

Culto a la mujer

El culto a la mujer como personaje central de la fiesta tiene una explicación: los indígenas que habitaban Oaxaca adoraban a la divinidad femenina de Centeótl, la diosa del maíz, esencia de la fertilidad en la cultura prehispánica.

El abrumador paisaje agreste de Oaxaca junto con el vecino y montañoso Chiapas -que fue epicentro de una rebelión indígena, extinta a finales del siglo XX-, es uno de los estados más pobres de México.

Una enorme región de 290 municipios de los 570 que forman Oaxaca, recostada sobre bellas playas del Pacífico mexicano, es objeto del mayor programa contra la miseria del actual gobierno de Enrique Peña, bautizado “Sin hambre”.

Las comunidades tienen su propia forma de unirse para superar sus carencias. Por eso cada año, los indígenas suben a la cima del cerro donde se recuesta Oaxaca con ofrendas de mezcal, piñas, maíz, cerámica de barro, vestidos multicolores tejidos a mano que pueden costar hasta 3.000 dólares, al recinto de la danza mayor en el escenario de vista sin fin que domina la ciudad.

Tradición prehispana

Los pueblos indígenas, afrodescendientes y mestizos, que configuran el universo multicultural del sureste de México, muestran año tras año con orgullo su tradición prehispánica en lo más alto de un anfiteatro donde aún se disfruta un verde valle, que en el otro extremo dominas las pirámides de Monte Albán.

Los españoles no la conocieron porque estaba oculto en un cerro: Monte Albán fue descubierta por modernos arqueólogos a principios del siglo XX, que fueron fascinados por una cultura que se remonta a 600 años antes de Cristo, y que casi 800 años después, en el siglo IV de nuestra era, se extinguió dejando el más impresionante centro ceremonial de la cultura zapoteca.

La más misteriosa de las joyas arqueológicas enterradas bajo la pirámide de Monte Albán, entre orfebrería de oro, fue un muro con una escultura en alto-relieve de decenas de hombres y mujeres danzantes, en un rincón oculto de la formidables plataformas en forma de anfiteatro.

Los arqueólogos consideran que aquella obra de arte prehispánico, de una cultura extinta hace 16 siglos, antes de la llegada de los españoles, representa la atmósfera festiva de “una cultura que rendía un culto sagrado a la solidaridad, a la naturaleza, a la fertilidad, y a la vida”.

Por eso la Guelaguetza es la más grande tradición viva de México, y este año ha vuelto con su magia de siglos. (Ria Novosti)

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