Internacional
Cree en Chávez pero no puede resucitar a muertos
“Me voy pelado”, renunció embajador de Maduro en Italia


Lunes, 20 Mayo, 2019 - 19:38

Fuente: Fe y Alegría Noticias

El embajador de Venezuela en Italia renunció a su cargo. Lo hizo con una carta pública en la que deja claro que sigue en la senda del chavismo, pero descontento por las contradicciones del gobierno de Nicolás Maduro.

Isaías Rodríguez dejó su puesto en medio dificultades económicas, “Mi esposa acaba de vender las prendas que le regaló su ex esposo, para poder mantenernos frente al bloqueo norteamericano. Estoy intentando traspasar el vehículo que compré al llegar a la Embajada y, como usted sabe, no tengo cuenta bancaria, porque los gringos me sancionaron y la banca italiana me echó de su lonja”, reza uno de los párrafos de la misiva.

"Me voy pelado", agrega en el texto.

La carta del exfiscal de Chávez también refleja que sigue creyendo en el Chávez como elección. “Con fe absoluta me he aferrado al chavismo, cual una tabla en este océano de contradicciones que rodea su Gobierno. He llegado, sin embargo, a comprender definitivamente que no puedo convertir el agua en vino, ni resucitar a los muertos. Muchos de sus discípulos tienen muy poco de apóstoles, y es cuando todos nos  preguntamos  ¿si es la iglesia o dios quien está fallando?", se pregunta en tono de ironía y refiriéndose a la gestión de Nicolás Maduro.

Según el portal de noticias Aporrea, Isaías Rodríguez ya había solicitado en reiteradas oportunidades su cambio. El hombre de 77 años, que también sufre problemas de salud , en la carta también sentencia: …”Renuncio, Presidente, a mis dosis de insomnio, estrés, aflicción y a las víboras con cabeza triangular que desde hace mucho tiempo lo acompañan.”

A continuación la carta completa que escribió Isaías Rodríguez a Nicolás Maduro:

Ciudadano
Nicolás Maduro Moros
Presidente Constitucional de la República
Bolivariana de Venezuela
Su Despacho

Estimado Presidente:

Desprovisto de alardes y con un inmenso respeto por esta
batalla digna y valiente que ha librado contra el imperio declinante,
me dirijo a usted en la oportunidad de presentar mi renuncia al
cargo de Embajador Plenipotenciario de la República Bolivariana de
Venezuela ante la República de Italia.

Debo reconocer que nací para martillo y del cielo me caen
los clavos. No he aprendido a regatear indulgencias y ello es terrible
y agotador en la política del día a día. Afortunadamente,  el dolor
proporciona confianza y seguridad; el dolor es necesario y opcional,
cuando los pasajes duros se atraviesan frente a nuestra dignidad.
Sepa usted, Presidente, que sigo senderos rectos como los de una
lanza.

Su causa, que es la mía, me ha retenido como un campo de
fuerza, como un imán. Con fe absoluta me he aferrado al chavismo,
cual una tabla en este océano de contradicciones que rodea su
Gobierno. He llegado, sin embargo, a comprender definitivamente
que no puedo convertir el agua en vino, ni resucitar a los muertos.
Muchos de sus discípulos tienen muy poco de apóstoles, y es
cuando todos nos  preguntamos  ¿si es la iglesia o dios quien está
fallando?

Como San Pablo, el gran faquir, renuncio a mi trabajo de
recaudador y me largo al infierno.  Puede usted estar seguro que
cantando enfrentaré cualesquiera de las muertes que me esperan
¡Ya no aguanto más! Se ha irrespetado la Embajada donde lo
represento, y tengo 77 años. Mi frente está y estará en alto, no soy
de los que se quedan mirando  los zapatos. Toda la vida he
rechazado las injerencias que pretendan humillar o alterar mi
consciencia y mi espíritu.

Quiero que sepa usted, que estoy y estaré a su lado. Pero
espiritualmente. Es mi turno de ser abuelo. Lo he diferido mucho
tiempo y no quiero morir sin ejercer este oficio que lo ha retardado
la política. Me alisto en la Fuerza Espiritual de Operaciones
Especiales para los Nietos. Necesito mucho de ellos para poder
contar y escribir las historias de este tiempo, vivido desde 1.998
hasta la fecha en la cual suscribo esta carta

La fe, Presidente, es una lección, pero también una
elección. No tengo nada de que arrepentirme; he sido feliz
entregándome a una de las causas más bellas de la vida: la libertad
de mi país. He querido ser un compañero leal y no un diletante
adulador y temeroso. No me metí en esto para sacar una espada de
una piedra y convertirme en el rey Arturo. Creo en su causa y puedo
bailar mazurcas con Ana Karénina.  La cruz que he cargado durante
estos años la acepto con benevolencia y afabilidad, como un gesto
de gracia. No soy de quienes se rajan la camisa para luego decir:
“mira lo que hice por ti”.

He visto mucho marketing al lado suyo y también al lado de
Chávez. La gente constantemente se bautiza, pero jamás se libera
de sus pecados;  sepa usted, Presidente, que su pueblo no solo es
insobornable sino, también, difícil de engatusar. Mucho más allá de
los partidos, ese pueblo, es una gran familia que debe superar el
odio. Con el tiempo sabremos quienes somos, y a quienes nos
hemos parecido, a Bolívar o a Santander.

Me voy (del cargo) sin rencores y sin dinero. Mi esposa
acaba de vender las prendas que le regaló su ex esposo, para
poder mantenernos frente al bloqueo norteamericano. Estoy
intentando traspasar el vehículo que compré al llegar a la Embajada
y, como usted sabe, no tengo cuenta bancaria, porque los gringos
me sancionaron y la banca italiana me echó de su lonja. Clavaron
mi honestidad en una pica, pero cuando muera sabrán exactamente
cual patrimonio dejo a mis hijos. Guardaré los recuerdos que de
usted tengo en una caja con pelotas de naftalina.

No tiene usted que aceptar o reprobar esta carta. La haré
pública porque es definitiva. No es irrevocable porque nada es
irrevocable en la vida. Es simplemente definitiva, señor Presidente.
No me vea ni me sienta vulnerable. Esa expresión es “neonazi” y no
suena bien.

Créame que me siento orgulloso de haber sido su
Embajador y su compañero, y que, en este momento, siento como
si me quitara una de las tantas contracturas que tengo  (son tres) en
la columna. Renuncio, Presidente, a mis dosis de insomnio, estrés,
aflicción y a las víboras con cabeza triangular que desde hace
mucho tiempo lo acompañan.

Me voy “pelado”, como el ala de un murciélago, como si una
ola turbulenta me empujara; sin ningún tormento, con la verdad de
lo íntimo, de lo justo y de las convicciones intactas. Le juro
que  continuaré perfeccionando mi dignidad para reconocerla en
mis silencios y poseerla hasta mis últimos días, y para emplearla
como escudo y hacha frente a los adversarios (no tengo enemigos
Presidente).

Su amigo
Julián Isaías Rodríguez Díaz