Social
El drama de una joven madre en el norte potosino
Retrato de Lucía, muerta en la masacre del cáncer del útero
Foto: Radio Pío XII.


Lunes, 29 Mayo, 2017 - 20:33

Por Radio Pío XII de la Red ERBOL

Lucía, cerró por última vez sus enormes ojos la noche del 9 de abril de 2017. A esa hora se acabaron los espantosos dolores del vientre que la torturaban de manera permanente.

Sus labios, su rostro y su cuerpo, pálidos, reducidos a una delgadez cadavérica ya no se retorcían más en la ancha cama de la que no se había levantado en las últimas ocho semanas. Se abandonó en los brazos de la muerte que había ingresado durante la noche en su pequeña habitación de la casa número 197, en la zona número 2 de Llallagua, Norte Potosí. Horas antes había llegado su suegra a quién encargó a sus dos pequeñas hijas. Días antes ya se había confesado con el sacerdote.

Junto a varias cocineras, era comandante de cocina, líder de ollas, sabores y buenos olores. Su preocupación mayor fue cocinar rico para más de 600 estudiantes durante 10 meses de cada año en la Universidad Nacional Siglo XX, Norte Potosí. Debía cumplir al pie de la letra las órdenes de la nutricionista, combinando leche, fruta, verdura y cereales para no desequilibrar la dieta de los universitarios.

Terminaba el año 2014 y Lucía estaba a pocas semanas de parir a su quinto hijo, una niña tan hermosa como ella, fue entonces que los médicos le avisaron que tenía cáncer en el cuello del útero, muy adentro de la vagina, allí donde todos hemos tenido el primer chispazo de vida, atados por un cordón umbilical al cuerpo de nuestras madres.

Le venían hemorragias y secreciones desde la vagina. Venciendo sus miedos acudió a los médicos de Llallagua, Oruro y Cochabamba, con el cáncer en el vientre y soportando los dolores más intensos. Aunque el remedio nunca llegaba. Sus hijos, la necesidad de llevar el pan a casa, la aspiración de tener una familia feliz y el amor por ella misma la empujaron a buscar una salida a ese tormento.

Con ayuda del seguro médico de la Universidad se sometió a la biopsia para verificar el cáncer, a la radioterapia para disminuir el tamaño del tumor, a la quimioterapia para eliminar las células cancerígenas y finalmente se sometió a una cirugía. Año y medio antes de su partida y casi contra su voluntad dejó el comedor de la Universidad Siglo XX donde trabajaba cocinando el almuerzo y la cena de los universitarios. El cáncer avanzado había destrozado su energía y voluntad de trabajar. Su esposo, Bernardino Jarjuri Mamani, la reemplazó en el cargo.

Lucía Samacuri Hinojosa, hija de Dionisio Samacuri Janq´o y Sinforosa Hinojosa Serrato, nació en la comunidad de Cuisahuana, cantón Moscarí del municipio de San Pedro, Norte Potosí, el 23 de octubre de 1980. Allí, antes de la fundación de Bolivia, se asentaron españoles y sus hijos, los criollos, exiliados por el intenso frío del altiplano potosino. Refugiados en esos valles, fundaron sus haciendas y “tomaron” a algunas mujeres de las comunidades. Quienes visitan ese lugar suelen comentar que hay muchas mujeres y niños de ojos azules, “bien blancones y lindos”.

Ch´askañawi, de ojos grandes y hermosos, de pestañas largas, “blanconita”, de abundante cabellera peinada en trenzas, rostro redondo y risueño; de un metro y 55 centímetros de altura, con polleras anchas, cayendo desde sus caderas, pero dejando ver sus suaves y atractivos t´usus o pantorrillas, así pintan el retrato de Lucía quienes la conocieron. Su voz dulce podía hablar en castellano y quechua una de las dos lenguas maternas de muchos comunarios del Norte Potosí. Desde San Pedro se trasladó a Llallagua buscando trabajo para “mejorar su vida” a principios de este siglo XXI.

Sentada en el sofá de su pequeña oficina y preocupada Maribel Urquieta Martínez, trabajadora social de la Universidad Nacional Siglo XX la recuerda con lágrimas que inundan sus ojos sin derramarse por completo: “Parecía que nunca estaba consciente de que podía morir con el cáncer (…) nunca se había hecho el Papanicolau”.

La misma impresión tiene Tito Poma, exgerente del seguro médico universitario. “No había seguido a cabalidad el tratamiento”. Ambos señalan que a Lucía le aplicaron radioterapia, quimioterapia e indican que en el momento decisivo en que los médicos de Cochabamba quisieron extirparle el útero para salvarla, ella se sometió a las decisiones de su esposo que “no quería la operación”. Cuando le abrieron el vientre en 2016 ya no había remedio, era tarde, el cáncer había invadido sus otros órganos.

Lucía cargó a la tumba muchas verdades. ¿Nadie le dijo que era importante hacerse la prueba de Papanicolau? ¿O el miedo al Papanicolau era más grande que el amor a ella misma y a sus hijos? Esta prueba es una forma de conocer si el virus del papiloma humano causante del cáncer en el cuello del útero ha provocado lesiones cancerosas en esa parte del cuerpo. Bernardino, su compañero de vida aclara que lo hizo pero salió negativo.

En el campo, en la comunidad de donde ella procede hay miedo a hablar de los órganos genitales, de la vagina y del pene. Hay resistencia a enseñar la menstruación, y vergüenza y pavor a que un hombre, aún el médico, revise las partes íntimas. El placer y el deseo sexual son prohibidos, al menos en las conversaciones según el comunicador Félix Tórrez Miranda, experto en talleres en las comunidades de los ayllus del Norte Potosí.

Quedan Bernardino y cinco hijos

A las 8 de la mañana de cualquier día, Bernardino Jarjuri está ajetreado. Terminó sus estudios en Pedagogía. Aunque está a punto de concluir la carrera de Contabilidad aclara que dejará estudios porque el tiempo no le alcanza, ahora es papá y mamá de dos niñas. Moreno, alto, enfundado en un pantalón negro, una chompa de cuello alto y un sacón del mismo color que le llega hasta las rodillas, cambia de ropa a sus dos pequeñas; les sirve el té, lava sus caritas, limpia los mocos de una de ellas afectada por la gripe. Está presionado por la hora de llevarlas a la guardería. Más tarde deberá ir a la Universidad a cumplir su labor de portero.

“Yo puedo demostrar que se ha hecho el Papanicolau”, dice en un castellano impregnado de quechua. “Le han arruinado su riñón con la quimioterapia”, prosigue recordando a su esposa Lucia. “No me han dicho bien clarito lo que tenía, yo he dicho siempre que puede operarse”, remata a oídos del reportero de Radio PIO XII. “Sus ojitos de ellita son igualitos que su mamá” dice apuntando a la mayor de sus hijas. Ellas bañadas, comidas y con buen semblante salen a la calle con el papá, a continuar la vida.

La preocupación mayor de Lucía eran sus hijos; en especial los tres primeros, un varón y dos niñas a quienes tuvo que entregar a su primera pareja el año 2012. Esa relación terminó por la violencia e incomprensión, según Maribel Urquieta, trabajadora social de la Universidad Nacional Siglo XX. Por ellos, Lucía había prometido no morirse, no al menos ahora. Con Bernardino, su actual pareja, tuvo dos niñas, una de tres y otra que acaba de cumplir dos años.

María Cristina Aguirre, la vecina que ingresaba dos veces a la semana al cuarto de Lucía llevándole atención y ayuda, le reclamó muchas veces “pero por qué has entregado a tus hijitos”. No dormía tranquila por el recuerdo de haber “dejado” a sus tres primeros hijos con su primera pareja. Y esa ¿“habría” tenido que ser la confesión que dio al sacerdote, pidiendo perdón, días antes de su muerte?

El 9 de abril Lucía entendió que iba a morir. Había dejado de comer. Aún el estar dormida le provocaba cansancio, no tenía fuerzas para acariciar a sus dos pequeñas y se apagaba el recuerdo de sus tres primeros hijos. El dolor dominaba su vida. En los libros de ingreso al cementerio de Llallagua está la fotocopia de su carnet de identidad, parece el rostro de un varón de cabello escaso e hirsuto. El registro indica que descansa en paz en el segundo patio, entre más de 10 mil muertos, 3 de ellos fallecieron también con cáncer del útero en 2016.

Según la ministra de salud Ariana Campero, 800 de cada 2.000 mil mujeres que contrajeron el cáncer en el cuello del útero tendrán el mismo destino de Lucía. Potosí tiene 823 mil habitantes, más de la mitad son mujeres. Carlos Dávila, responsable del programa del cáncer cérvico uterino en Potosí asegura que aún 65 de cada 100 mil mujeres mueren por este mal en el departamento… ¡Una masacre!