Opinion

CHÁVEZ Y EL PROCESO DE CAMBIO BOLIVIANO
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Alejandro Almaraz
Viernes, 29 Marzo, 2013 - 17:46

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A la distancia y a su modo, Hugo Chávez fue un precursor del proceso de cambio boliviano, como de gran parte de los procesos de ascenso popular de Latinoamérica en los años recientes. Por eso mismo, yo fui en Bolivia, bajo la convergente reprobación de unos y otros, un chavista temprano. 

Comenzó a cumplir ese rol desde su solitaria impugnación, en el ámbito de los estados del continente, del modelo neoliberal, por entonces en el implacable y despótico apogeo que le permitió deglutir los gobiernos, pisotear las constituciones y moldear una democracia a la estricta medida del apetito expansivo del capital transnacional. Continuó, impulsando la contraofensiva popular mediante la exitosa articulación de un bloque continental de gobiernos y movimientos políticos y sociales. Por último, lo hizo también con aquella proclamación del socialismo del siglo XXI que cabía asumirse como una convocatoria a soñar, idear y construir, en paz y democracia, una nueva sociedad desde las entrañas de América Latina, desde esos recónditos reductos de identidad y autonomía inexpugnables para la dominación del pensamiento ajeno.       

 Es evidente que la revolución bolivariana ha sido afectada por varias tendencias, desarrolladas en su propio seno, contrarias a su ideario liberador, como la concentración del poder, el apego discursivo al anacrónico socialismo real en detrimento de la construcción de una sociedad verdaderamente nueva, o el culto a la personalidad que ha obstruido la conducción colectiva a la que el mismo Chávez convocó. Sin embargo, no fueron estas tendencias regresivas las que Chávez proyectó de modo predominante en su denodado apoyo al proceso boliviano. Lo fueron más bien las que, siendo fundamento de las principales realizaciones de la revolución bolivariana, tienen básica coincidencia con los postulados de transformación social bajo los que se gestó y abrió el proceso de cambio boliviano. 

De este modo, la influencia de Chávez colaboró en grado importante a las medidas de carácter transformador adoptadas en el primer gobierno de Evo Morales. No obstante, es significativo que, por voluntad del Gobierno boliviano y para pesar de Chávez, la importancia que dicha colaboración tuvo en el campo político, cayera en la intrascendencia en el económico. En efecto, el valioso apoyo político de Chávez se expresó, muy ostensiblemente, en el fuerte, amplio y efectivo respaldo internacional al proceso y al Gobierno bolivianos. En el campo económico, en cambio, las estratégicas oportunidades brindadas por él en la dirección de la efectiva soberanía nacional y del crecimiento productivo con algún sentido de inclusión social, desde el primer momento fueron desaprovechadas por el gobierno de Evo Morales que así, silenciosa y oscuramente, delataba su renuencia a transitar hacia esa perspectiva  históricamente demandada por su propia base social. 

Entre los más ilustrativos ejemplos de ello está, en primer lugar, el frustrante caso de PETROANDINA. Esta sociedad formada entre YPFB y PDVSA constituía, para la primera, una de las pocas posibilidades ciertas de adquirir control efectivo sobre la producción de los hidrocarburos bolivianos, de la única manera en que es posible hacerlo: interviniendo directamente en el, bajo una estrategia empresarial propia e independientemente de los poderosos intereses del capital transnacional privado. La oportunidad radicaba específicamente en la integración del capital y la tecnología venezolanos dentro de una relación equilibrada que le permitía, a YPFB, el involucramiento operativo y la consiguiente participación decisoria que no le ofrecen los otros operadores privados y son indispensables para su reconstitución productiva. Así lo ratificaba la evidente posibilidad de armonizar las estrategias de ambas empresas estatales bajo la común orientación nacionalizadora de sus gobiernos, y al decisivo amparo del comandante venezolano. 

Sin embargo, más allá de habérsele otorgado algunos pocos bloques hidrocarburíferos, es notoria la inefectividad de PETROANDINA, pues, sin compadecerse de la carencia de carburantes en el país, no ha iniciado la producción en campo alguno, pese a haber dispuesto de plazos suficientes para concluir los respectivos procesos exploratorios y emprender la producción. Si bien no puede descartarse la responsabilidad en ello, de las acciones u omisiones en las que PDVSA pudo incurrir movida por determinados intereses propios, o paralizada por sus propias debilidades e insuficiencias técnicas, era el Gobierno boliviano quien, como principal beneficiario de la oportunidad en juego, debió tomarla y aprovecharla empleando para ello los diversos recursos a su alcance, incluyendo la promisoria apelación a Chávez y su especial identificación con el proceso boliviano.  Pero el Gobierno de Evo Morales prefirió conservar el holgado dominio que el capital privado transnacional ejerce sobre la producción de los hidrocarburos bolivianos mediante REPSOL y, sobre todo, PETROBRAS. Tan es así, que la solución gubernamental para el desabastecimiento de carburantes líquidos en el mercado interno, confirmando la incapacidad productiva de la empresa re-nacionalizada hace ya siete años, es conceder a las transnacionales un incremento del 100% del precio al que se les compra el barril de petróleo en la producción de nuevos campos, esta vez a título de “estímulo” a la producción.         

En el mismo tema, es también un ejemplo revelador la frustrada oferta venezolana de financiar el 50% de una planta productora de urea y amoniaco, industrializadora de nuestro gas natural. También en este caso el Gobierno boliviano dejó pasar silenciosamente la oportunidad para, cinco años después, asumir el costo íntegro de una planta similar, cuya construcción en el Chapare ha sido contratada con una transnacional coreana. Para abreviar la exposición de los muchos ejemplos disponibles en el desperdicio estratégico de la cooperación económica venezolana, baste la penosa historia del proyecto TCP-ALBA para la producción y comercialización de soya, fracasado, en su mismo inicio, por la desenfrenada corrupción cometida desde el ministerio ejecutor, o el programa “Evo Cumple”, cuyo generoso y flexible financiamiento venezolano se agotó en regalos presidenciales frecuentemente malogrados, antes de entregarse, por la corrupción y la incompetencia, y, en general, irrelevantes en la perspectiva de la transformación socio-económica.  

Es razonable suponer que estas frustraciones, tanto para el curso revolucionario del proceso boliviano como para las expectativas de Chávez, influyeran o determinaran la gradual pero rápida retirada de gran parte de la cooperación económica venezolana durante el segundo gobierno de Evo Morales. Pero además, las importantes diferencias ideológicas que ya se revelaban en ellas,  han tenido otras muestras mucho más explícitas y recientes, como la absoluta contradicción respecto al estratégico asunto de la acumulación y uso de las reservas internacionales netas (RIN). Así, a fines de 2011y a tiempo de rechazar críticas y denuncias que señalaban la defección ideológica y política del Gobierno, el vicepresidente García Linera hacía una aguerrida y extensa defensa escrita de la medida típicamente neoliberal, asumida por su Gobierno, de acumular las RIN en la ruinosa banca privada de los países ricos o en bonos del tesoro de algunos de ellos, incluido EEUU . Algunos meses después, en un discurso público internacionalmente divulgado por distintos medios, el presidente Chávez, dando plena razón a los que repudiamos la medida defendida por García, anunció que Venezuela estaba repatriando sus RIN y convocó a todos los gobernantes de los países pobres a hacer lo mismo; a invertir esos capitales en sus mismos países, y a no seguir arriesgándolos ayudando graciosamente a salir de su crisis al núcleo imperialista que constituye la banca privada transnacional. En términos más simples y contundentes, dichos por él mismo, a no financiar al imperialismo con el escaso dinero de los pobres.  Tal vez tenga algo que ver con estas profundas e inocultables discrepancias que Chávez, siempre tan generoso y elocuente para expresar su afecto, admiración o consideración por sus miles de amigos y hasta por sus enemigos, jamás tuviera una expresión pública elogiosa para con el vicepresidente García.

A causa, en gran medida, de sus propios adeudos, particularmente de no haber logrado, como lo postulaba el mismo Chávez, sembrar el petróleo en una diversificación productiva sustentada en la propiedad social, la revolución bolivariana deberá confrontar grandes dificultades y eventuales derrotas. Pero a Chávez no lo tocarán, porque a él, como a los grandes líderes, la muerte lo ha sustraído de los opacos y amargos trances de la existencia material, y el imaginario popular lo ha instalado en la invulnerable altura de sus símbolos combativos. Desde allí, solo le espera asistir a sus  múltiples victorias, las que inevitablemente se producirán cada que los pobres del mundo se rebelen y reclamen justicia invocando su memoria. También estará presente y triunfante el comandante Chávez, con el especial merecimiento de sus convocatorias “por el momento” infructuosas, cuando los bolivianos, libres del engaño, sobrepuestos a la traición y enrumbados en el horizonte que promete la memoria de nuestros abriles y octubres victoriosos, repatriemos nuestras reservas internacionales, nacionalicemos nuestros hidrocarburos y nos apropiemos de nuestro futuro.