Opinion

LOS PASIVOS DEL PETROLEO
Desde el Chaco
Ubaldo Padilla Pérez
Viernes, 16 Agosto, 2013 - 17:45

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Ese día lucía  una sonrisa feliz;  a pesar del cielo gris y la amenaza de lluvia; a pesar de  no tener el cuerpo entero que se le notaba más a consecuencia de la polera manga corta que llevaba puesta, a pesar de la partida de casa de sus cuatro hijos; a pesar de todo, lucía una sonrisa feliz y repartía alegría  por los ojos, por la boca, por  los poros… y por las manos que le faltaban.

Daniel Aguilera  Sandoval; estaba ahí, frente a mi, de pantalón corto y sandalias, sorprendido y alegre a la vez por mi visita. Su esposa Gladis Leytón atendió al llamado que hice con tres golpecitos al portón de hierro de su casa en el barrio San José de la abra, en la zona sur y más alta de la ciudad de Camiri; me invitó a pasar a una salita pequeña , luego a sentarme y de inmediato llamó a su esposo para después dejarnos solos. Don Daniel entró a la sala, me saludó y nos deseamos buenos días mutuamente mientras nos sentábamos en unos sillones de plástico.

Jamás le había visto así, sin sus manos; jamás me había imaginado que detrás de aquel hombre  se escondía toda una vida de sacrificios y sufrimientos desmedidos. Al verlo así y escuchar luego su historia me conmoví , me pregunté en silencio y luego le pregunté a el con algo de miedo ¿de donde sacó tanta fuerza para sobrellevar tanto dolor?, ¿Quién ha sido su psicólogo que le hizo comprender y aceptar que sin manos también se puede vivir?; la respuesta fue simple,   su esposa. De ello me convencí más tarde cuando al entrevistarla respondió a todas las preguntas (que yo hacía  con voz entrecortada), con una firmeza increíble, mientras a don Daniel se le caían las lágrimas y se le acababan las palabras. Ella asegura que ese temple, esa fe inquebrantable en Dios y en sus designios, la heredó de su madre doña Benicia que aún vive sin poder ver a los hijos de sus nietos, nietos que crió como hijos cuando sucedió el accidente de su yerno.

El accidente por descarga eléctrica con cables de alta tensión, que le dejó las dos manos inutilizadas y un trauma psicológico enorme, sucedió en 1984 a 10 meses de haber ingresado a trabajar como chofer a Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos. Un traslado de equipos petroleros del campamento de San Roque al Campamento de Tiguipa  transformó la vida de Daniel Aguilera, su esposa Gladis Leitón y sus familiares más cercanos. Sus cuatro hijos   de 6,4 y 2 años y el último recién nacido quedaron a cargo de su abuela doña BeniciaVda de Leytón durante casi 3 años mientras  doña Gladis atendía a su esposo en un hospital especializado en Buenos Aires  Argentina esperando un milagro de la vida.

De nariz aguileña, tez blanca, Ahora de 51 años de edad y 32 de matrimonio; don Daniel  muestra una entereza espiritual que supera en lejos a la entereza física que el accidente le conculcó hace casi 30 años. Su brazo izquierdo amputado por sobre el codo a consecuencia de una infección por falta de curación oportuna en el hospital de la Caja Petrolera de Santa Cruz de la Sierra , está ahí desprovisto de su prótesis que habitualmente usa, haciendo ademanes cuando habla. La otra mano, la derecha, que también querían amputarla se muestra con pocos movimientos; cuando don Daniel se refiere a ella dice que estaba prácticamente destrozada y que para reconstruirla tuvieron que sacarle  piel del abdomen y tendones de los pies;  partes del cuerpo que presentan  profundas cicatrices.

Mostrando el dorso de la mano derecha dice “Aquí no tengo sensibilidad, si me corto o me quemo me doy cuenta por la sangre que cae sin que me duela;  con esta mano no puedo ni siquiera sacar unas monedas del bolsillo para pagar el taxi, por eso cuando voy para el centro me voy caminando para no pasar apuros”;o sea que aunque esa mano está ahí en realidad es como si no la tuviera. Suspendiéndose la manga de la polera me muestra su hombro destrozado por la descarga eléctrica, “Por aquí salió la descarga de la corriente de alta tensión cuando agarré el cable, los médicos dicen que por milagro no afectó a mi corazón” afirma.

Este hombre que ahora junto a su esposa colaboran en la parroquia  de su barrio como orientadores de parejas jóvenes, esun botón de  muestra de lo que técnicamente se llama PASIVOS de la actividad petrolera, que en el Chaco los podemos encontrar a cada paso en el agua, en el aire, en las vidas  indígenas y campesinas; que permanecen invisibles para el común de la gente mientras las petroleras a cada segundo extraen miles de  millones de Pies Cúbicos y barriles  de gas y petróleo de las entrañas del Chaco.