Opinion

REPÚBLICA DE LA SOYA
Desde el sur
Zulema Alanes Bravo
Domingo, 2 Junio, 2013 - 12:25

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Bolivia y Paraguay, el sur de Brasil y vastas áreas de Argentina y Uruguay son territorios virtualmente enajenados para la producción en gran escala de la soya transgénica.  Miles de miles de hectáreas de cultivos transgénicos avanzan por estos territorios que hace dos o tres años fueron dibujados en un mapa que la transnacional Syngenta imaginó como la República de la Soya.

“La soya no conoce fronteras”, decía el mapa trazado por Syngenta, una empresa multinacional dedicada al desarrollo y producción de agroquímicos y semillas que factura millones de dólares en América Latina y el mundo.

“Esto es más  que la demarcación de nuestros territorios con el cultivo de soya, representa la pérdida de poder de nuestros países a manos de las empresas multinacionales”, advirtió David Cardozo de la organización no gubernamental Sobrevivencia de Paraguay, en el marco del Foro: Transgénicos en América Latina, que se desarrolló del 23 al 25 de mayo en Bogotá, Colombia, a convocatoria de la RALLT –Red por una América Latina Libre de Transgénicos.

Representantes de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, Honduras, México, Paraguay, Perú y Uruguay mostraron un panorama devastador: los transgénicos avanzan en la región, cada año se amplía la frontera agrícola de la soya –en varios países también del maíz y el algodón-, se fumigan los campos con glifosato, y todo hace ver que se avanza irreversiblemente hacia una agricultura sin agricultores.  Ya se han superado los 100 millones de hectáreas sembradas de soya transgénica en la región.

En el Perú rige una moratoria por diez años, Bolivia y Ecuador tienen constituciones que prohíben los transgénicos, México todavía resiste la tentación transgénica, Costa Rica ha declarado a la mayoría de sus municipios como territorios libres de transgénicos, pero ninguno de los países de América Latina se libra de la arremetida de las multinacionales que han hecho de los transgénicos un negocio millonario.

La expansión de la soya está motorizada por los buenos precios internacionales, el apoyo de los gobiernos  al sector agroindustrial y la demanda de las naciones importadoras, especialmente China, convertida hoy en día en el mayor importador.

Pero a su paso por América Latina está dejando campos devastados, según Carlos Manessi que desde la Argentina impulsa la campaña “Paren de Fumigarnos” con la que se quiere crear conciencia continental sobre los efectos de la soya de Monsanto en el medio ambiente y en la salud de los ciudadanos que viven alrededor de las plantaciones transgénicas.

Y para corroborarlo,  está el testimonio de María Godoy representante de Madres de Barrio Ituzaingó Anexo, de Córdoba – Argentina, que se constituyen en un caso testigo de contaminación ambiental y  en un ejemplo de lucha civil contra los transgénicos pues demostraron que durante años fueron expuestos a un cóctel de contaminantes como consecuencia de los plaguicidas que se aplican en los campos de soya transgénica.

Y entre las múltiples aristas del impacto de los transgénicos en América Latina, Germán Velez del Grupo Semillas de Colombia, no puede dejar de mencionar que el modelo soyero está destruyendo las economías familiares campesinas y está provocando el desplazamiento de los trabajadores rurales y la pérdida de las semillas tradicionales. 

Recordó que el ejemplo más claro de la devastación transgénica se verificó durante la cosecha de algodón 2008/2009 cuando “La semilla de algodón transgénica ocasionó pérdidas millonarias a los cultivadores que demandaron a Monsanto por la información errónea, engañosa e insuficiente con la que la empresa publicitó la semilla de algodón, conocida técnicamente como DP 164 B2RF. Las pérdidas no se compensaron con la sanción por 515 millones de pesos a la Compañía Agrícola Colombiana (Coacol), representante de la multinacional Monsanto”, puntualizó.

La expansión de la soya en América Latina está también relacionada con la biopiratería y el poder de las multinacionales. En los primeros años de la liberación comercial de la soya transgénica, Monsanto no cobraba a los agricultores por utilizar la tecnología transgénica en sus semillas. Una vez que la soya transgénica y el glifosato se han instalado como insumos estratégicos, los agricultores quedaron atrapados  pues la multinacional está presionando por el pago de sus derechos de propiedad intelectual.

Esto puede impactar de manera particular en los pequeños productores que históricamente suelen guardar semilla para uso propio en campañas agrícolas siguientes. La tendencia en el control de las semillas que utilizan los agricultores está creciendo, a pesar que las compañías prometían a principios de los noventa no cobrar cargos por patentes a los agricultores.

“Se nos ha declarado la guerra y se necesita una estrategia de guerra”, afirmó de manera contundente el Dr.  Andrés Carrasco, jefe del laboratorio de Embriología Molecular de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, Argentina, a tiempo de presentar los resultados de sus investigaciones que demuestran que “El glifosato usado en cultivos transgénicos es un potente teratógeno (causante de malformaciones) y posible cancerígeno en humanos”.

El glifosato es el agrotóxico que se utiliza como herbicida en los cultivos transgénicos tolerantes al mismo. La gran mayoría de los cultivos transgénicos comerciales tienen el gen de resistencia a este herbicida junto con otros.
El Dr. Carrasco mostró evidencias epidemiológicas y médicas que apuntaban contundentemente a una asociación clara entre la exposición al glifosato y la creciente aparición de malformaciones al nacer (teratogenias) o efectos en la fertilidad y abortos anómalos en las poblaciones que están cerca de los campos de soya transgénica tolerante a este herbicida en Argentina.

En medio de este panorama, la situación en Bolivia no deja de ser preocupante.  El informe que me tocó presentar a nombre del Foro Boliviano sobre Medio Ambiente y Desarrollo –FOBOMADE– advierte de un crecimiento sostenido de la soya transgénica desde que el 2005 se aprobó el primer evento que autoriza este cultivo.  Al 2012, la soya transgénica ha cubierto una superficie que ha superado el millón de hectáreas, la mayoría (66 %) en manos de empresas extranjeras - principalmente menonitas, brasileños y japoneses- que amplían la frontera agrícola a un ritmo  de desmonte y deforestación de 60 mil hectáreas anuales.

Todo hace ver que para el 2013, es un hecho que las empresas trasnacionales van redefiniendo el mapa de la agrobiodiversidad de América Latina, mientras que los gobiernos no hacen más que sumarse a la dinámica de la desregulación, privatización y apertura de fronteras que favorecen la penetración y operación del capital transnacional, contribuyendo de esa manera –queriéndolo o sin querer – a la conformación de la hipotética “República de la Soya”.

El oro verde, como transnacionalmente se conoce a la soya, está transformando los países de América Latina, ha cambiado los sistemas productivos de las pequeñas unidades familiares de agricultores, ha extendido la frontera agrícola por donde antes había pastos o selva, ha expulsado a los agricultores de sus tierras y está contaminando las tierras productivas, y las áreas urbanas cercanas a los cultivos, puntualiza Elizabeth Bravo de Acción Ecológica del Ecuador y encargada de la coordinación de la RALLT.

Si no hacemos algo “nuestros hijos nos van a demandar”, como advierte el llamado del movimiento contra las fumigaciones en la Argentina.