Por Marielle Cauthin*
Cuentan las leyendas ava guaraní que el ardiente bosque chaqueño-conocido antes como Avarenda-fue el hogar del yagua ipara vae (jaguar con manchas), el yaguapita (jaguar colorado) y el yagua rovi (jaguar azul). Uno de sus mitos de creación narra que los jaguares devoraron a Inomu, mujer de Tatu tumpa (dios armadillo), cuando estaba embarazada. Sus hijos gemelos la vengaron matando a todos los jaguares, menos a uno de dos cabezas, que huyó y fue protegido por Yasi, la luna, quien lo escondió bajo su manto. Dice la historia que cuando ocurre un eclipse lunar en realidad es yagua rovi que está devorando a la luna y que solo el grito de los primogénitos lo ahuyentará. Relataba Elio Ortiz (2004) que hasta los años 90 en algunas comunidades guaraníes seguía viva la costumbre de hacer chillara los niños durante este fenómeno natural.
Los primeros jesuitas que recorrieron las pampas benianas en el siglo XVII narraron en la “Carta de los padres que residen en la misión de los Moxos…”,que la primera noche que pernoctaron en una comunidad “sucedió un eclipse grande de luna; lo vieron los indios, y alborotados decían que el tigre [nombre que usaban los colonizadores para el jaguar] se había comido la luna, a quien ellos tienen por dios”. El cura Diego Altamirano, en 1669,concluía perplejo que los indígenas “piensan que en los tigres se esconde alguna oculta fuerza muy superior a la humana”, pues según los pobladores dos jaguares protegían a la luna, madre de todos los jaguares y del sol.
Estos felinos formaron parte de la génesis del mundo indígena amazónico, fueron seres creadores y destructores, con poderes de conexión espiritual con los humanos, con quienes al mismo tiempo mantenían una convivencia salvaje, mezclade temor y respeto. Si en el monte se encontraba frente a un jaguar, el guaraní reflexionaba con él: Che, nde ramiñoviko, oata mbae cheve ramoko ayu paravete aguata koropi…Igual que tú, estoy andando por estos lugares por necesidad… Si debía enfrentarlo y salía vivo, “esa noche soñará que se le han otorgado los más altos poderes de la transformación”, convirtiéndose en yaguariya, un hombre tigre (Ortiz, 2004). En mis recorridos por comunidades de los ríos Mamoré, Isiboro y Sécure, los moxeños también me revelaron la existencia de un ser similar al yaguariya: el tigre gente. Mujeres u hombres que se convertían en jaguares durante la luna nueva o los eclipses, luego de expresar el deseo “yo quiero ser tigre” y ausentarse a una loma, un hormiguero o un salitral, lugares de transmisión del secreto y de transmutación física, según los relatos de Ipeno Imuto (2014).
Ante la muerte de un jaguar ocurría una de las mayores ceremonias amazónicas. Los religiosos relataron que les tocó presenciar en un pueblo el culto rendido a un jaguar asesinado a flechazos: el felino fue llevado hasta la playa y por muchas noches fue acompañado de tambores, los hombres que le quitaron la vida y el cacique ayunaron “muchísimo tiempo”, solo ellos podían tocar el cuerpo del animal: lo desollaron, clavaron y secaron su piel. Luego se cortaron el cabello, hicieron una “solemne borrachera” y “ofrecieron una guerra”. Una mujer quebró una olla de barro ante el cadáver. Otras danzaron, limpiaron el cráneo del felino, le pusieron “pabilo y guedejas” y lo pusieron en su templo junto a las garras. Otras lavaron a los flechadores y les tiñeron el cuerpo de negro. Sorprendidos los cristianos por las ceremonias de muerte al dios jaguar preguntaban por qué lo hacían y los pobladores respondían: tometarichú, porque así es.
En la “Relación de la provincia de Moxos” escrita en 1676, los evangelizadores sostenían que los ritos y mitos indígenas eran “delirios”, “creencias de ignorantes” y acaso simples “fábulas” sobre “dioses falsos”. Poco a poco fue sepultado el misterio de la génesis a través del animismo amazónico; se proscribió al dios jaguar y se impuso un nuevo animal traído por los mismos españoles: la vaca y el toro. Esto generó un conflicto de convivencia entre especies que los guaraníes expresaron en la danza yagua-nao donde, según Acebey (2014),participaba un niño pintado de negro que encarnaba al “dueño del toro” y otro con máscara al jaguar: “En el patio lo soltaban para que pelee con el yagua. Primero ganaba el toro, pero después, el tigre se lo llevaba a comer al monte”.
Hoy este conflicto persiste y si el jaguar se come una vaca es perseguido y asesinado por el “dueño del toro”, el ganadero. Otro hombre lo matará para expoliar su piel y colmillos, otro incendiará su hábitat para cultivar soya. Con cada vez menos territorio boscoso en el que este súper depredador pueda sobrevivir y cumplir su indispensable rol para el funcionamiento de los ecosistemas, también han quedado en el olvido las antiguas guaridas donde reinaba el dios jaguar como Yaguakúa (guarida del jaguar) en Yacuiba;Ñaguapúa en Karandaití y Yaguapúa (lugar donde ataca el jaguar) en el Ingre; o Yaguarenda (lugar de los jaguares) en Villamontes. Pocos sabrán que los nombres de estos lugares rindieron homenaje a una deidad central en la mitología amazónica, cuya vida ahora vale menos que la de una vaca.
*Investigadora socioambiental