La ideología autocomplaciente

Por Raúl Prada Alcoreza

Es como la mirada en el espejo, mirarse a uno mismo y concebirse el centro de la Tierra, por este camino, el centro del universo.  Todo gira en torno de este centro que es la mismidad, el ego también,  así como la ipseidad, solo que la ipseidad alude al sí mismo en el sentido más propio, en el sentido más profundo. Sin embarga, la mirada en el espejo de la ideología autocomplaciente es, más bien, forzada y artificial, una comedia de la representación, convertida en la repetición de un vacío, el centro vacío que ocupa el comodín. Este centro puede ser la pretensión de ser amo, aunque también, simétricamente, la queja de la víctima, la pretensión de que se es siempre la víctima en las tramas sociales popularizadas, señaladas como dramáticas o trágicas. Amo o víctima es el centro vacío donde se aloja el comodín de la narrativa de la ideología autocomplaciente. 
 
Tampoco es la mirada del espejo del psicoanálisis de Jacques Lacan, donde el otro hace de espejo del yo, entonces el yo se ve en el otro como espejo de uno mismo. Pues la ideología autocomplaciente no ve al otro, ni como alter, tampoco como anticipación de uno mismo en la constitución del sujeto. La ideología autocomplaciente sitúa el espejo en la imagen del caudillo, que es una invención del imaginario colectivo, del mesianismo político barroco. Quien se ve en el espejo es el caudillo y observa el mudo a través de esa imagen, donde, según  su delirio, todo gira en torno a él, todo sucede según el motor de sus compulsiones. Esta imágenes barroca de la convocatoria del mito, el caudillo, tiene su simetría en la imagen de la víctima o, mejor dicho, el chantaje de la victimización. La narrativa de la victimización tiene su referencia en la narrativa cristiana de la pasión de Cristo y en la apoteosis evangelista del dolor. Por una parte se toma al mesías político y por otra parte a la fatalidad del condenado a sufrir. El centro vacío, entonces, de la ideología autocomplaciente puede ser llenado tanto por el caudillo como por la recurrente victimización. 
 
En la ideología autocomplaciente no se considera la posibilidad del error, mas bien, los eventos y sucesos se presentan como la realización de una profecía anunciada, si esto no acontece es debido a la conspiración del mal. De este modo se justifican lo errores, la crasas equivocaciones y hasta las atrocidades cometidas. El efecto práctico de esta ideología autocomplaciente es que el pragmatismo chabacano y el oportunismo embustero se imponen en el juego político, los bribones ganan mediante el empleo de la “astucia criolla”, trazando un recorrido de imposturas, derrotas y fracasos, que siempre se encubren con hipótesis ad hoc de la ideología autocomplaciente. 
 
La ideología autocomplaciente se ha convertido en una apología de la mediocridades proliferantes. Perfiles de la degradación ética y moral, personificaciones de la decadencia, la algarabía de los saltimbanquis, se hacen elocuentes en las pronunciaciones recientes de la ideología autocomplaciente. La banalidad es exaltada y las violencias polimorfas, machistas, politiqueras, inconstitucionales, ecocidas, etnocidas y democracidas convertidas en prácticas cotidianas del neopopulismo despintado y deshilachado.
 
Salir de los círculos vicioso del poder, de la ideología, de la estridente fama circunstancial mediática, de la corrosión institucional y la corrupción galopante, requiere de la abolición del poder, de la diseminación de la institucionalidad de la colonialidad y modernidad tardía, de la deconstrucción de la ideología, máquina de la fetichización. Se requiere que los pueblos se asuman como conglomerados de voluntades singulares, que no enajenen este conglomerado volitivo en la voluntad general, concepto abstracto de la legitimación del Estado nación. Que ejerzan su libertad como potencia creativa, como autogestión y autogobierno.