Opinion

DIOS SIEMPRE EXISTIÓ
Los otros caminos
Iván Castro Aruzamen
Lunes, 17 Abril, 2017 - 09:03

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A pesar de que los maestros de la sospecha (o filósofos de la crítica a la religión: Freud, Nietzsche, Marx, Feuerbach) le asestaron un duro golpe a la existencia de Dios, más por sus ácidas críticas a la religión cristiana y, sobre todo, a la Iglesia Católica; pues, en palabras del ya desaparecido teólogo alemán, Jürgen Moltman, los filósofos de la sospecha, no conocían casi nada de las otras religiones, por tanto, si bien su crítica se centraba en la conciencia humana que ha imaginado un ente trascendente como autojustificación de su propia finitud, la existencia misma de Dios quedó intacta. Aunque, el problema más acuciante de las últimas décadas, no es tanto la existencia o no de Dios o una Mente Superior, sino, en cómo hablar de Dios a los hombres de hoy, porque, finalmente, de Dios no conocemos nada ni siquiera sabemos qué es Dios; hasta ahora nuestros acercamientos solo han estribado en metáforas del lenguaje y todas ellas, marcadas por la finitud humana; en otras palabras, desde nuestra inmanencia es imposible hablar de la Trascendencia. José María Castillo, en su libro, La humanidad de Dios, dice: «eso ya no es Dios en sí, sino la representación inmanente de Dios trascendente que hace la conciencia humana».

Para muchos, Dios estaba muerto o era una hipótesis innecesaria. Algunos otros dicen que Dios está de regreso o que todavía no goza de buena salud, sobre todo, cuando la sociedad hoy más que nunca lleva un alma escuálida, que carga un  oblongo cuerpo; en este sentido, como dijo Henry Bergson: «El cuerpo agrandado espera un suplemento de alma. La mecánica exige una mística». Sin duda, Dios existe. Hans Kung, en uno de sus mejores libros de primera hora, ¿Dios existe?, hace un repaso de todos los acercamientos a la idea de Dios, desde Renato Descartes pasando por el nihilismo hasta Albert Eisten, para concluir con única idea y afirmación de que todo indica que Dios sí existe: «tras todo esto se comprenderá por qué es posible responder ahora con un sí claro, convencido y justificado ante la razón crítica a la pregunta: “¿Existe Dios?”».

Hace ya algunos años, antes de sumirse en las tinieblas de la muerte, a los 81 años, Antony Flew, filósofo ateo, uno de los más controvertidos del siglo XX por su crítica a la existencia de Dios, consideró a través de argumentos científicos, la posibilidad de que Dios exista, por la sencilla razón de que no podemos explicar, por ejemplo, el origen de las leyes de la naturaleza o el origen de la vida; asimismo la idea del azar como causa de todo lo existente, no solo es endeble sino inconsistente. Flew, recurre a testimonios que nacen de indagaciones científicas de connotados hombres de ciencia como Hawking, Einstein, o de los padres de la física cuántica Planck, Heisenberg, Schrödinger y Dirac como pilares de su creencia en una mente superior, junto a planteamientos similares de significativos filósofos, sobre todo, la postura sostenida por Dawkins. Y para explicar racionalmente el origen de la vida, plantea lo siguiente: «La cuestión filosófica que no ha sido resuelta por los estudios sobre el origen de la vida es la siguiente: ¿cómo puede un universo hecho de materia no pensante producir seres dotados de fines intrínsecos, capacidad de autorreplicación y una química codificada?». Por tanto, elementos fundamentales del planteamiento de Flew, a saber son: la organización teleológica (finalidad), la autorreproducción y la codificación, y el procesamiento de la información que es esencial en todas las formas de vida. Finalmente concluye el ateo más famoso del mundo: «La única explicación satisfactoria del origen de esta vida orientada hacia propósitos y autorreplicante que vemos en la Tierra es una Mente infinitamente inteligente». Eugenio Trías, parece sugerir esta misma idea: «Ya que todas las cosas, hasta la más humilde, hasta las más desatendidas, poseen un corazón que anhela abismos y eternidades. Todas tienen vocación para lo perfecto. Todas son perfectas, de manera que no puede hablarse de inicial magnitud ni de inicial pequeñez».

Más allá de que se reproche el silencio de Dios y el ocultamiento de su Ser, o la voz oculta y secreta de su naturaleza, en el fondo de las cosas o en otras palabras, desde el ser de las cosas, brota y aflora no solo la evidencia de Dios sino que también se irradia lo absolutamente humano de Dios; aunque desde nuestra inmanencia no es difícil aún establecer, cuál es la relación de Dios con el mundo y el mal, si lo tuviera, desde ese develar de la luz presente de Dios en las cosas, incluido el ser humano, sucede aquello que Nietzsche, gustaba tanto de repetir, la frase de Píndaro: «llegar a ser lo que eres». Y si las cosas llegan a ser lo que son, no solo es por lo dado presente en ellas, sino porque Dios siempre existió.

 

Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo