Opinion

SILENCIO Y MISTERIO EN PEDRO PÁRAMO
Los otros caminos
Iván Castro Aruzamen
Jueves, 30 Marzo, 2017 - 15:41

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El lenguaje no logra expresar todo lo que se quiere decir o poseen las cosas. El silencio muchas veces transmite más de lo que el lenguaje puede, y tanto más, cuando intentamos comprender el Misterio, que para algunos es Dios, Energía, o nombres como Alá, Sabiduría, Logos, Krishna, o todos los nombres del Nombre y todos los caminos del silencio. Juan Rulfo, novelista y cuentista mexicano, en Pedro Páramo, la única novela que escribió, además de los cuentos de El llano en llamas y el guion cinematográfico, El gallo de oro, de manera espléndida expuso, allá en Comala, donde transcurre toda la trama de Pedro Paramo, y, donde el silencio y el Misterio, son el modo de hablar de lo desconocido para los personajes, que intentan comprender y asirse al silencio y los ecos del silencio, como el lenguaje del Misterio.

En Comala donde reina un aire enrarecido, que va tiñendo las voces que se entrecruzan unas con otras y dónde sólo el rumor del silencio se hace eco por todas partes, no es sino el silencio en todo su esplendor, el lenguaje del Misterio. No otra cosa dice Juan Preciado que se adentra en Comala buscando a su padre, Pedro Páramo: «Y que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces». Raimon Panikkar, decía que en medio del mundanal silencio del mundo, debemos percibir o tratar de escuchar las voces del Misterio, por tanto, el silencio no es la usencia de ruido, sino aquello que las palabras no alcanzan a nombrar. Por eso Pedro Paramo, cuando recuerda a Susana, el gran amor de su vida, dice: «A centeneras de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo, estás escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras». Y donde el aíre es casi nada, como en Comala, para Juan Preciado es donde mejor se pueden percibir las voces. El recuero de su madre en medio de ese silencio se hace más nítido: «Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz».

En uno de los encuentros más memorables que guarda el recuerdo o el silencio de Juan Preciado, con Eduviges Dyada, en medio de una eterna oscuridad, el silencio emerge para iluminar las cosas y las voces que viven deambulando por Comala. «Me enderecé de prisa porque casi lo oí junto a mis orejas; pudo haber sido en la calle; pero yo lo oí aquí, untado a las paredes de mi cuarto. Al despertar, todo estaba en silencio; sólo el caer de la polilla y el rumor del silencio. No, no era posible calcular la hondura del silencio que produjo aquel grito. Como si la tierra se hubiera vaciado de su aire. Ningún sonido; ni el del resuello, ni el del latir del corazón; como si se detuviera el mismo ruido de la conciencia». Entonces, el lenguaje articulado, el sonido de las voces, el ruido de la conciencia, no son  más que ecos del silencio del Misterio, del Todo o si queremos de Dios. En El silencio del Buddha, Panikkar, nos dice «quién no ha gustado del silencio no saborea la palabra». Esto lo entendió muy bien, Juan Rulfo, porque toda la trama de Pedro Páramo, está abocada a despertar en el lector el gusto por el silencio, para poder gustar de las palabras aunque nada más sean apenas el eco de lo desconocido. «Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando lo pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que esos sonidos se apagarán». Y se apagarán en días postreros de nuestra existencia, cuando la esperanza sea en nosotros, la imagen de lo invisible, del Misterio.

Curiosamente, y no sin razón, en Comala, las palabras no tienen sonido, porque son parte de las sombras y de los sueños: «Carretas vacías, remoliendo el silencio de las calles. Perdiéndose en el oscuro camino de la noche. Y las sombras. El eco de las sombras». Pero, también, los recuerdos vienen cargados de palabras y gestos, pero que no tienen sonido, solo traen un silencio que nos abarrota de Misterio. «Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños».

Y, Pedro Páramo, también acaba sumido en el silencio, el lenguaje del Misterio; pues, ya al final del texto, porque no puede eludir la muerte, sin duda, el único camino hacia lo invisible, «cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una palabra». Así, el silencio y el Misterio, en la perspectiva de Juan Rulfo, son dimensiones de lo innombrable. El autor del Tractatus logico-philosophicus, decía, que de aquello que no se puede hablar mejor es callar, por tanto, solo el silencio nos acerca al Misterio porque es el lenguaje de lo desconocido y lo innombrable. 

 

Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo