Mirar al país como si fuera nuestro

Por Rosa Talavera Simoni

Nací de padres cruceños y viví, hasta mis 11 años, en Yacuiba que en esos tiempos era un lindo pueblito. Completé el bachillerato en Santa Cruz y, entre 1973 y 1979, hice mis estudios universitarios en la UMSA. Desde 1989, cuando volví de México, y hasta 2010, desarrollé mi carrera profesional en La Paz, tanto en el sector privado, como en el público. Todo ello, me permitió tener una mirada del país, desde distintos lugares, pero sobre todo desde Santa Cruz y La Paz, con el contraste que estas ciudades presentaban en el nivel de politización, oferta cultural y, especialmente, contradicciones sociales, que La Paz tenía a flor de piel, y eran menos notorias en la Santa Cruz del siglo pasado.

En La Paz, encontré a compatriotas de distintos orígenes, pero a muy pocos cruceños; ellos, tradicionalmente no han tenido especial preferencia por vivira 3600 m. de altura (aunque algunos dicen que lo que más les gusta de La Paz es el aeropuerto). Yo, en cambio, siempre me sentí muy a gusto en esa ciudad y, aunque no me integré totalmente, terminé allá de forjar mi identidad boliviana.  Sin tener arraigo en el Chaco, tampoco me siento cruceña o paceña, sino esencialmente boliviana; y aunque mantengo un apego emocional con el Chaco, seguramente mis rupturas vitales no me ayudaron a forjar una identidad regional marcada, lo cual, por otra parte,me ha permitido mirar el país con mayor apertura.

Vivir y trabajar, siendo una “fuereña”, en el centro político de Bolivia, me dio una especial percepción de este país entrañable, que siento mío en cada uno de sus centímetros y que aprecio en la diversidad de todas sus regiones y culturas. Quizás, por eso, no entiendo la animosidad con la que se juzga a quienes emiten opiniones, que no siempre pueden ser alabanzas, mucho menos en un país con tantas tareas pendientes en cualquier ámbito que se quiera evaluar.  Tal es el caso de Carlos Mesa quien, desde 1988, ejerció el periodismo desde una postura crítica -como corresponde- postura que  entiende como “la posibilidad de una aproximación analítica en la que se emiten juicios de valor”i. Aludiendo específicamente a opiniones que emitió sobre la sociedad cruceña y que hasta ahora le son enrostradas, Mesa reivindica haberlo hecho en el ejercicio de su “derecho inalienable (…) a hablar y opinar sobre mi país”ii. Yo agrego que lo hizo como boliviano, pero desde su propia identidad y desde la visión que de sí mismas tienen las elites paceñas, que se asumen como la vanguardia intelectual del país. Y es esto último, quizás, lo que causa hasta ahora tanto escozor en muchos cruceños y cruceñas de mi generación. 

Teniendo los vínculos que tengo con Santa Cruz y con La Paz, siempre he cuestionado la postura paceña que pone en tela de juicio la lealtad de los cruceños con Bolivia y les exige dar pruebas de su bolivianidad, así como la desconfianza y escasa simpatía con la que los cruceños ven a los “collas” en general -y a los paceños en particular- a quienes acusan, entre otras cosas, de pretender avasallar su identidad o de no respetarla.  Estos sentimientos, sin embargo, no han impedido que empresarios paceños, hayan realizado desde los años 70, pero más intensamente en lo que va de este siglo, importantes inversiones en Santa Cruz.

Creo que hay muchos mitos de los “collas” sobre los “cambas” y viceversa, y uno de ellos es que Mesa es enemigo de Santa Cruz.  Mi percepción es que no se puede acusar, con fundamentos, a Carlos Mesa de tener o haber tenido una postura adversa u ofensiva hacia Santa Cruz; lo que sí pudo haber en su momento, es poca sensibilidad hacia ciertos valores que forman parte del “ser” cruceño y una falta de apertura de los cruceños, para mirarse autocríticamente (rasgo que, el propio Mesa reconoce, comparten con bolivianos de otras regiones). Superar estos mitos, es una tarea pendiente en el proceso de construir un país integrado y, al mismo tiempo, con más de un centro de gravitación, cada uno con sus propios valores, tradiciones y riquezas:  un país diverso pero unido.

 i Mesa G., Carlos: Presidencia sitiada, Plural 2008, p. 200

ii Op. Cit.