Nuestras cebras

Adalid Contreras Baspineiro - Sociólogo y comunicólogo boliviano

Un mediodía lluvioso en el mero centro de la ciudad de La Paz, cruzando apresurado una calle atestada de transeúntes acelerados haciéndose el quite y de vehículos impacientes listos para arremeter, sentí que alguien tomó mi brazo y me dijo cariñosamente: “No se preocupe, vamos a cruzar juntos, nos vamos a proteger juntos”. Y lo hicimos, yo caminando con paso seguro y ella saltando, bailando, abriendo espacio. Sentí que aspiraba una bocanada de paz en la marea urbana, además de saber valorados mis cabellos grises y de intuir que somos ciudadanos con derechos. Me deslumbró la cebrita.

Su presencia gentil, amistosa, cariñosa y profundamente educativa, tiene mucho de lo escrito por el geógrafo inglés David Harvey, cuando afirma que el derecho a la ciudad es mucho más que la libertad individual de acceder a los recursos urbanos porque se trata del derecho a cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad. Creo que ésta metáfora de la inclusión es una de las dimensiones más destacadas del proyecto Cebra, que surge el año 2001, cuando el alcalde Juan del Granado, en el marco de una política municipal de reposicionamiento con austeridad, promueve la generación de proyectos creativos e innovadores de bajo costo económico y alto valor social que no se midan en la frialdad del cemento, sino en la calidez de los sentipensamientos ciudadanos.

Se buscaba generar transformaciones ciudadanas urbanas importantes, disruptivas, impactantes, originales, significativas y duraderas, superando costumbres arraigadas de funcionamiento anómico, como en este caso el despelote vehicular que no respeta los semáforos ni el paso de los transeúntes por las líneas negriblancas (cruces de cebra), así como de la superación de otro despelote, el que ocasionan los transeúntes cruzando las calles por donde se les pega la regalada gana.

El proyecto Cebra es una genialidad que se toma las calles sabiendo que el tipo de ciudad que se quiere construir no sería posible sin alimentar los lazos sociales, las interacciones y la apropiación de valores compartidos. En este pequeño detalle radican la legitimidad y la sostenibilidad de los proyectos. Así, ordenar el tráfico en los lugares de circulación ciudadana no depende solamente de normas, sino sobre todo de apropiaciones individuales y colectivas de pertenencia a la ciudad. Las mismas cebritas lo vivieron a lo largo de su historia. La primera cebra fue puesta en escena por dos estudiantes de teatro que imitaban al cuadrúpedo en un solo traje. Inicialmente operaban con una visión prohibicionista, cumpliendo roles de los varitas o agentes de tránsito, con su pito incluido y las señalizaciones clásicas del alto o stop y pase. Luego el personaje, que no es ni mascota ni obra de Disney, sino producto Chukuta, se convierte en el bípedo que conocemos ahora y que alegra las calles de la ciudad regalando simpatía y promoviendo derechos ciudadanos.

Respondiendo a la pregunta ¿quién es la cebra?, con acierto dice Jessica Lanza que “es el alquimista de la ciudad que después de realizar una alquimia en su interior y generar una actitud nueva, reflexiona, redescubre y redefine la ciudad, para que a través de su presencia se inicie un proceso de alquimia en los corazones de los ciudadanos y en todos los espacios de la ciudad”. Las cebras son cuestión de chuyma, de ajayu, de seguridad y de derechos. Son muy queridas por toda la ciudadanía, incluidos los conductores, pero en especial por niñas y niños, que corren a abrazarlas, conversar y reproducir luego sus mensajes como no cruzar la calle cuando el semáforo está en rojo, o no tirar la basura.

La “propuesta pedagógica cebra” empieza en una rigurosa formación sobre lenguaje artístico, baile, relacionamiento respetuoso, teatro y, ante todas las cosas, la apropiación de valores. La “filosofía cebra” se basa en el principio de cambiar primero nosotros para luego contribuir a cambiar la ciudad, asumiendo como compromiso individual y colectivo una “actitud cebra”, que es educativa y solidaria para vivenciar primero y luego compartir los mensajes de amor por la vida, por los semejantes, por el entorno urbano, por la vida en la ciudad. Por eso, cotidianamente, cuando las y los jóvenes voluntarios se preparan para salir a las calles de la ciudad, no se ponen un traje, sino que se dotan de una “piel cebra” que arropa respeto, humanismo, animalismo, equidad, inclusión, consideración y corresponsabilidad para la construcción colectiva de una ciudad con cultura solidaria.

Al agradecerle a la cebrita por darme seguridad al cruzar la calle, le dije “gracias, eres bella”. Y me respondió “¡¡Yaaaaa!!”, devolviéndome con su expresión a una ciudad que a diferencia de lo que afirma Castells sobre las grandes metrópolis que están conectadas globalmente y desconectadas localmente, en ciudades como La Paz, construida sobre adoquines de Comanche y pulmones de altura, todavía, removiendo corazones como lo hacen las cebritas, todavía es posible encontrar ciudadanía con sentidos de comunidad y estilos de vida respetuosos de los otros y de la ciudad misma. No nace de propia iniciativa, tiene que ser alimentada. Y esta, que es iniciativa promovida por la cebritas, es en realidad tarea de todas y todos, medios de comunicación, Estado, ambulantes, transeúntes, centros educativos, policía, trotadores, cambistas, barrenderas, canillitas, conductores, bloqueadores, tuttimundi empeñado en mejorar la convivencia urbana.

Ahora las cebritas se han expandido, están en El Alto, Viacha, Sucre, Tarija, Trinidad y otras ciudades y latitudes. Han ganado premios como el Guangzhou, China, en reconocimiento a la innovación urbana. Son motivo de reportajes nacionales e internacionales que las incluyen en la agenda de turistas que las filman, se fotografían y bailan con ellas. También han seguido acciones incrementales como las ecocebras para la educación ambiental, o engalanando eventos donde, por lo general, “se roban” el protagonismo.

En las sociedades ocurren transformaciones extraordinarias que se miden no solo en logros de satisfacción inmediata, sino también en resultados de mediano y largo plazo medibles en interacciones ciudadanos-sociedad, transformándose juntos y garantizándose sostenibilidad. Esas son las obras imperecederas de las que las ciudadanías se enorgullecen, las extrañan, las defienden y las demandan como su derecho. Ellas son nuestras cebritas.

La Paz, 15 de mayo de 202