Opinion

DEL CAMPO A LA CIUDAD
A ojos vista
Mario Mamani Morales
Miércoles, 25 Noviembre, 2015 - 12:56

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Cuando los españoles invadieron las tierras de América, su Rey, en reconocimiento del valor por las nuevas posesiones conquistadas, comenzó a repartir entre sus súbditos grandes extensiones llamadas haciendas, con población indígena incluida que tenían que rendir tributo al invasor.
Era la aplicación de un régimen feudal y despótico, un sistema de explotación inhumana para los nativos, tenían que trabajar al menos cuatro días de la semana para el “patrón”, dos para ellos en pequeñas parcelas que les eran asignados con cuya producción sostenían a su familia.
El servicio al patrón consistía en faenas agrícolas que duraban de sol a sol, el pastoreo de los animales domésticos que también fueron apropiados por los invasores, el transporte de los productos de la hacienda hacia la ciudad era otra responsabilidad destinada al pongo. Eran los tiempos de la peor forma de sometimiento.
Otra manera de someter al nativo era el mayorazgo que consistía en “agarrar” la fiesta patronal impuesta a todos los pueblos, comunidades o ayllus. Ahí tenían plena participación los sacerdotes que tenían la obligación de enseñar el catecismo y predicarles a los nativos la obediencia a Dios y al patrón, esto sucede ya entrada el coloniaje porque al principio no era permitido enseñar a leer o escribir al indígena y no se los consideraba humanos, se dudaba si tenían alma.
Paralelamente a estos hechos se producía la mestización, las jóvenes nativas tenían que cumplir con el patrón y debían aprender el oficio de las labores de casa en la vivienda parroquial, de donde salía, después de al menos tres meses, preparada –dizque- para atender al marido. Ahí se inventa una nueva palabra que es incorporada al quechua: curajguagua.
Cuando ya se funda la República, en 1825, los indígenas no eran considerados ciudadanos de la nueva nación, más bien se les cargó más responsabilidades a manera de impuesto, fue con esta contribución campesina que los gobiernos de turno sobrevivieron , significaban los mayores ingresos para las arcas del Estado.
El castellano, idioma oficial de la República de Bolivia, era desconocido para el indígena, no entendían el lenguaje del patrón, el nuevo amo criollo los sometió igual o peor que los mismos españoles, el analfabetismos en el campo era cerrado, total, se manejaba una política de que el indígena debía mantenerse en la más completa ignorancia, así era fácil de someter, explotar, humillar y tener mano de obra gratuita en las haciendas que sobrevivieron desde la colonia.
Poco antes de la Revolución de 1952, paulatinamente la reflexión sobre la condición económica, política y social de los indígenas comienza a despertar, se alientan las escuelas clandestinas, especialmente en los pueblos del altiplano, posteriormente ya se reconoce su condición de ciudadano, se produce la Reforma Agraria y se reparten las tierras entre los colonos, que en los hechos significa la devolución de las tierras a sus verdaderos y originarios dueños: los campesinos.
Cuando Bolivia nace como nación independiente, apenas tenía el millón de habitantes, más del 60% estaba en el campo, esta distribución poblacional se mantiene hasta hace tres décadas, más o menos, y el censo de población y vivienda última nos hace saber que ahora vivimos más gente en las ciudades que en el campo, en menos de 200 años la realidad se ha invertido.
¿Cómo se avizora el futuro entre la ciudad y el campo? ¿Cómo es que se abandona la tierra para cambiarla por la urbe? ¿Se vive bien en las ciudades que en el campo? ¿Por qué el adolescente que llega a los cursos de Secundaria en el campo ya tiene la mirada puesta en la ciudad? ¿Será que la condición de humillación y explotación en el campo no ha tenido cambios?
Especialmente en la parte occidental del país hace falta propuestas significativas de mirar el campo y alentar la permanencia, sostenibilidad en base a un apoyo técnico y económico para garantizar el mercado para la producción agropecuaria que no sólo signifique propaganda o campaña electoral y de gobierno, sino hacer en el agro una verdadera política de Estado.