Opinion

TELESUR Y LA DESINFORMACIÓN
Punto de Re-flexión
Omar Qamasa Guzman Boutier
Lunes, 13 Abril, 2015 - 11:53

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Más o menos a las mismas horas en que los dirigentes del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS) mascullaban las angustias de la derrota electoral del 5 de abril en sendas gobernaciones y municipios, la cadena internacional televisiva Telesur “informaba”, desde Caracas, que el partido de Evo Morales había “ganado” en las elecciones subnacionales de Bolivia. Mayor muestra desinformativa no puede ya esperarse y sólo el burdo manejo de la agenda partidaria, reflejada en la información, supera ello. Causa alguna sonrisa este hecho si, por ejemplo, recordamos que en la disputa por quién desinforma mejor, un comentarista de Telesur (que lleva un parche en el ojo y al que ya sólo le falta la mano de garfio, la pata de palo y un loro en el hombro, para completar al personaje), llamaba a la competencia “los cleptómanos de Atlanta”.

Se suponía que la creación de Telesurrespondía a la voluntad interestatal de la región por democratizar la información y poner freno al monopolio que las grandes cadenas internacionales ejercían, con el consiguiente costo de la información tergiversada. Esta voluntad manifiesta en realidad iba de acuerdo con los nuevos vientos que inauguraron el milenio y que, en criterio de dichos gobiernos, abría nuevas opciones, nuevas alternativas a las sociedades del continente. Pero, al igual que con los gobiernos, sostén de Telesur, también con respecto a esta cadena cundió rápidamente el desencanto y el maquillaje del engaño comenzó a correr, dejando al descubierto la naturaleza tan manipuladora y desinformadora como los de la competencia, a la que se cuestionaba.

En realidad no representa novedad alguna el hecho que también Telesur incurra en la deleznable práctica de la desinformación; lo hacen todas las grandes cadenas: CNN, BBC, DW, entre las más destacadas. Si entre todas las cadenas hay un denominador común, éste es el hecho que pertenecen y representan en la materia, grandes intereses económicos y políticos. La información, en este sentido, además de constituirse en una mercancía, es principalmente un instrumento en la menuda disputa que los poderes detrás de estas cadenas sostienen. Lo es, por el efecto que provocan; efectos que hay que entenderlos en dos planos. En el de la audiencia y (en un nivel más restringido) en el del poder, es decir en el de los actores políticos y económicos. En el ejemplo de la desinformación de Telesur, está claro que se trataba, ante los ojos de la opinión pública continental, de maquillar la derrota del MAS en Bolivia, haciendo aparecer el hecho como una victoria.

Pero si la ligazón con diversos factores de poder político y económico de las grandes cadenas televisivas y el consiguiente manejo de la información de acuerdo con la agenda establecida por dichos factores no es novedad, sí podemos encontrar, apropósito del ejemplo de Telesur, algunas novedades. La primera, aunque de menor valor y seguramente dentro de los cálculos de Telsur y sus patrocinadores, se refiere a la pérdida de credibilidad ante la audiencia boliviana. La pérdida de credibilidad es también la pérdida de confianza en la calidad informativa y en este orden puede decir que esta audiencia, al menos tiene ahora suficientes motivos como para acoger con duda, la información que recibe. Seguramente en otros países (como Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina) donde la falsificación de los hechos por parte de esta cadena tiene larga data, aquél sentimiento de duda es algo que ya se da por descontado. Pero incluso sumando todas las audiencias que pudieran haber asumida una distancia crítica con respecto a esta cadena, la situación sigue siendo una novedad de corte menor.

La segunda novedad que el hecho nos arroja es, creo, de mayor importancia, al menos en el plano de la teoría. Recordemos que Telesur es el resultado de la decisión de varios Estados de la región, en procura por “democratizar” el manejo informativo. Es válido decir que esta iniciativa fue concomitante a la propia democratización del orden mundial, entendida esta democratización como la conformación de un orden mundial multipolar, en lugar de un mundo unipolar. Lo que ahora queda claro, es que la denominada democratización de la información no siempre supone veracidad informativa. Yen un plano general, la democratización del orden mundial no necesariamente supone la democratización interna de las sociedades.

Por ello, pues, visto desde la perspectiva de la sociedad, efectivamente el ejercicio de la democracia (y dentro de ella, el derecho a la información veraz) sigue siendo un desafío y no es algo que deba darse por sentado. En materia informativa, hoy por hoy y frente a la multiplicación de cadenas internacionales de des-información, el ejercicio de ese derecho requiere de una participación activa, crítica, de la audiencia. La verdad, en medio de la red de desinformadores, emerge y es posible reconocerla. Lo es, porque en su menuda disputa estas cadenas no pueden sino dejar de filtrar trazos de información veraz. Lo hacen con respecto a temáticas o con relación a regiones del mundo, pero en todos los casos, la verdad como apoyadura (y no importa aquí si la intención de su uso es intencional y funcional a algún factor de poder) es un dato que debe ser discernido por la audiencia. Que ello demanda un Sujeto crítico, activo, en el consumo informativo, es algo innegable, como lo es también el hecho que por ese camino, es posible pensar en la conformación molecular, nuevamente, de una opinión pública crítica.