Reflexionando y proyectando la historia

Por: Emb. Fernando Huanacuni Mamani*

Nuestros ancestros nos enseñan que existen dos formas de aprender en la vida: la primera, es por conciencia y la segunda, por dolor. A las personas que no han sufrido la discriminación, la segregación, el racismo, la esclavitud o la servidumbre, les es difícil comprender qué significa los más de cinco siglos de colonización y posterior neocolonización. Algunos que tienen una conciencia histórica, una conciencia social, comprenden y sienten indignación por lo que millones de personas vivimos en el continente y en el mundo, producto de la colonia, con sus consecuencias aún en el presente.    

Pero cuando tratamos de explicarnos por qué hasta hoy existen aún personas que no pueden comprender y tratan de reducir ese drama histórico mundial a una simple cuestión de estar resentidos o no, nos damos cuenta que la educación que se imparte tanto en colegios como en universidades, ha logrado su propósito de justificar toda la masacre y el genocidio cometidos por los europeos, minimizando los hechos o finalmente ignorándolos, o bien, enseñando que fue un proceso necesario para “civilizar” a los “salvajes” y conseguir todo el “avance tecnológico” del que hoy “gozamos”. Lo dijimos y lo sostenemos aún, la educación neocolonizadora continúa en las aulas y los gobiernos neoliberales que se empeñan en seguir sometiendo, esclavizando y masacrando continúan en el mundo. Y todo esto lo sustenta la modernidad junto a ese proceso de occidentalización que pretende mantener el statu quo vigente en el mundo.

De la sabiduría de nuestros ancestros hemos aprendido que cuando cometemos un error en la vida, si queremos enmendarlo, lo primero que hay que hacer es reconocer que nos equivocamos y luego realizar las acciones que sean necesarias para equilibrar aquello que hemos desequilibrado, o para ordenar aquello que hemos desordenado. Hoy quienes sustentan el poder, escriben también la historia oficial, pretendiendo invisibilizar estos hechos y sustentando 528 años de impunidad, pero además han dado continuidad a políticas excluyentes y racistas. Los pueblos indígena originarios demandamos a los gobiernos de los estados nación tanto del Abya Yala como de Europa el reconocimiento de la deuda histórica con los pueblos indígenas. 

La colonia llegó con la cruz y la espada; la cruz constituyó la imposición de una religión, con la idea de ser “la única y verdadera”, buscando por todos los medios hacernos perder nuestra espiritualidad indígena originaria. Y la espada significa que no fue un encuentro de culturas, fue una superposición cultural. El supuesto “descubrimiento de América”, dio inicio a uno de los mayores genocidios de la historia, que se extendió alrededor de tres siglos, exterminando, en nombre de Dios, a todos los “herejes” que encontraron. Cuando los colonizadores europeos llegaron a Norteamérica, había más de doce millones de originarios de las primeras naciones viviendo en esas tierras, distribuidos en más de mil tribus. Poco a poco fueron aniquilando a sus miembros y aislándoles en reservas, arrebatándoles un territorio que les pertenecía desde el principio de los tiempos. Esta política de reubicación fue denominada “far west”. En las islas del Caribe no existe ni un solo indígena, porque los eliminaron por completo. En el caso de los colonizadores españoles, si mantuvieron a los originarios en las zonas andinas fue para tenerlos como fuerza de trabajo, a través de la mit’a que era una forma de trabajo obligatoria que ocasionó la muerte de millones en la extracción de minerales y el pongueaje que fue una forma de servidumbre obligatoria a los hacendados blancos. En la parte amazónica del sud de Abya Yala, la política de reducción de indígenas fue directamente la eliminación por un lado y por otro lado la evangelización forzosa, a través de las misiones. Los investigadores aceptan las cifras dadas por López de Velasco, del Consejo de Indias, respecto del número de habitantes para el año 1570, estimado en 10 millones de habitantes. Algunos afirman que la población originaria en todo el continente en 1492, era de 20 millones, lo que reflejaría una disminución de la población para 1570 del 50%, sin embargo científicos norteamericanos afirman que habían entre 75 y 100 millones de habitantes en 1492, con lo cual el descenso demográfico hasta 1570, sería del 90%. 

Durante la colonia jamás se reconocieron los derechos ni de los indios ni de los afros, eran sólo servidumbre y esclavos; las condiciones de vida para los afros eran tan duras como esclavos, que gran parte de esa población tenía una esperanza de vida de apenas siete años. Estas condiciones permanecieron aún con la creación de las repúblicas y los estados, que mantuvieron esa figura porque siempre consideraron inferior al indígena y al afrodescendiente. Tanto en la colonia como en la república, las estructuras políticas, jurídicas, educativas y económicas fueron y siguen siendo excluyentes. 

Existe una deuda histórica que se debe y se tiene que resolver; mucha gente piensa que la colonización ha sido un proceso civilizatorio necesario. Pero las consecuencias de esa invasión de hace 500 y más años atrás, están aún presentes a través del paradigma y la lógica colonial; individualista y racista.   

La humanidad actual bajo este paradigma, está sumida en una crisis de vida. Los pueblos indígena originarios estamos empezando un nuevo amanecer de nuestra historia y en este nuevo amanecer tenemos claro el horizonte a seguir, porque sabemos que el ímpetu de este renacer no es sólo humano, es un renacer de la vida, de la pacha. Es importante seguir clarificando y reorientando nuestra historia y nuestro horizonte, porque como decía el abuelo Norberto: “la verdad siempre emerge, majestuosa como la montaña”. Esa esperanza está sustentada en los principios de nuestra identidad y eso significa retornar a nuestro propio camino.


(*) Es aymara. Miembro de la Comunidad Sariri.