Opinion

NELLY: LA REALIDAD QUE VIVIMOS
Serotonina
Ivan Arias Duran
Lunes, 25 Julio, 2016 - 17:36

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Impotencia. Sí, eso es lo que uno siente ante el sufrimiento de una familia cuyo ser querido, en este caso una madre, desaparece sin dejar rastros. Nelly Negrete (58) oriunda de Rurrenabaque (Beni) desde hace más de 15 años se dedica al negocio de la madera, colocando la materia prima que viene de los llanos bolivianos en diferentes barracas de la ciudad de El Alto. La señora tiene sus clientes a los que, a unos, da al fiado su madera y, a otros, que le pagan al contado. En tantos años de trabajo desarrollo una red de negocios y amistades que le permiten ganar honradamente el dinero para alimentar y desarrollar su familia con holgura digna. Pero, un día miércoles 20 de julio del 2016, lo rutinario se convirtió en incertidumbre, primero, y dolor, luego.

La última comunicación de doña Nelly con su única y amada hija fue a las 11 de la mañana y de ahí, silencio, silencio, hasta el día de hoy. “Estoy con don Edmundo y doña Gabriela (nombres cambiados) en un pueblito bonito. Ya pronto vuelvo” habrían sido las palabras naturales y sin denotar presión alguna de Nelly a su hija. Pasaron las horas. Nelly debía estar a las 14 en casa. Y nada. El celular apagado. Llegó la noche y con ella la desesperación. Entonces la hija que ya antes había anoticiado de esta anormalidad a su círculo más íntimo, empieza a llamar a todos los que puede para lanzar la alerta. La mañana del 21 en las redes sociales ya circula el pedido de pistas y de solidaridad para hallar a Nelly y en pocas horas se hace viral. Los mass media se hacen eco.

Y empieza la conjunción de factores: solidaridad, contexto, contactos, procesos evidencia. Como siempre, en estos casos, la familia es el primer eslabón que se mueve, luego los amigos más cercanos y finalmente personas de gran corazón dispuestas a poner su gramo de apoyo. En el caso de Nelly, esto no faltó. Mucha solidaridad, amistad y compañerismo se unieron rápidamente para organizar contactos, apoyos logísticos y grupos de búsqueda en El Alto y sus alrededores. Algunos familiares y amigos empiezan a comprender que Nelly no es que iba a la ceja de El Ato y ahí dejaba la madera y cobraba. No. El esforzado trabajo de Nelly la llevaba a zonas muy alejadas de la ceja.

El contexto juega su rol. Jóvenes clase medieros se topan con una realidad para ellos desconocida. Nelly se movía por barrios donde la legalidad y la ilegalidad se articulan, una, en el día, y la otra en la noche, porque ambas mueven la economía de la ciudad más populosa de Bolivia. En el día decenas de barracas funcionan sin controles de ABT. “Usted se va dar cuenta, comentaba un ciudadano, que las autoridades que en El Alto las autoridades se hacen las locas contra la ilegalidad. Se orinan de miedo y se vuelven cómplices”. En las noches, decenas de barrios se dedican al negocio de la coca y eso se evidencia en el día, cuando por los basurales o espacios vacíos “usted va ver tirados, montón de costales con coca triturada, ¿para qué? Ya se puede imaginar”.

Como en muchas partes de Bolivia, se mueven millones de dólares provenientes del narcotráfico que buscan ser lavados. El contrabando, expresado luego en las ferias comerciales, es su primer espacio para legalizar los dineros mal habidos. Luego está la construcción. Los servicios y el entretenimiento es también un eslabón muy usado por el dinero negro para su blanqueo. Muy ligado a la construcción está el negocio de la madera. “Usted va encontrar barracas abarrotadas de madera que, sin vender, siguen comprando. No les importa vender madera, están lavando. Esto, me comenta uno que conoce el sector, ha generado una red de corrupción y delincuencia entre varios barraqueros que es de temer. Es una red de alianzas poderosa y cuando lo requieren mandan a matar”.

La policía, como siempre hace lo que puede. La ciudad de El Alto esta con los mayores índices de inseguridad ciudadana del país: violencia intrafamiliar, violación de menores, robos,homicidios, trata de personas y ajustes de cuentas figuran entre los castigos urbanos. Sin recursos económicos y materiales apropiados, los investigadores tienen que moverse hasta donde los recursos les alcanzan y si se quiere mayor involucramiento, son los familiares los que tienen que apoyar. Equipos de laboratorio para diseñar escenarios posibles, son casi inexistentes por lo que, los investigadores, son enviados al campo a que averigüen más confiados en su olfato antes que en unas directrices de criminalista elaboradas. En el caso de Nelly, gracias a los contactos de la familia, se logró un decidido apoyo de las autoridades gubernamentales, pero que a pesar de la buena voluntad no son suficientes. “Si no fueran esos contactos, este caso estaría “muerto” como cientos de casos que por falta de contactos se estancan y nunca se aclaran”.

La justicia anda a su ritmo, muy alejada de la realidad. Fiscales que emiten disposiciones al calor de su humor o de las influencias. La probidad es lo que menos brilla. Así como pueden emitir rápidamente una orden, son capaces de cambiarla sin rubor en segundos o de archivarla hasta nuevo aviso. Para las medidas cautelares, en el caso de Nelly y basados en las evidencias, se apresó a un presunto implicado, penden de cambios de hora sin que medie explicación o justificación. El poder de la justicia se hace sentir, no para impartirla sino para enrostrar al ciudadano su indefensión.
Así, el caso de doña Nelly, resume la tragedia de una familia y de un país que hasta hoy no logra avanzar en combatir la inseguridad ciudadana signada por un contexto cada vez más incierto. Todos estamos a la espera de un milagro, que Nelly aparezca. 

Ivan Arias Duran
Ciudadano de la Republica Plurinacional de Bolivia