Opinion

ASESINATO... PUNTO
Surazo
Juan José Toro Montoya
Miércoles, 12 Octubre, 2016 - 15:31

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El aniversario de la captura y ejecución de Ernesto Che Guevara despertó, por enésima vez, las diferencias que existen en torno a una de las figuras que más pasiones despierta en la historia contemporánea.

La derecha, que parece sentirse fortalecida por sus avances en los países del socialismo del siglo XXI, ha tomado las redes sociales para dejar regado que fue bueno que se haya ejecutado a Guevara en Bolivia porque el personaje era un asesino y, por lo tanto, “murió en su ley”.

Opiniones como esa no solo reflejan el conservadurismo de la derecha sino un alarmante anacronismo.

Cuando el mundo estaba sumido en la barbarie, no existía justicia sino venganza. Si alguien le causaba daño a alguien, el afectado respondía causando más daño. El primer intento de controlar ese salvajismo fue la “Lex talionis” o Ley del talión que consistía en imponer un castigo igual o semejante al que se había cometido. Por eso se decía “ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre y vida por vida”. En esa era primitiva, un asesino debía ser asesinado. De entonces a la fecha transcurrieron milenios y, hacia la década del 60 del siglo XX, la tendencia iba, más bien, a la eliminación de la pena de muerte.

En octubre de 1967, cuando el Che fue capturado y ejecutado en Bolivia, ya estaba en vigencia la Constitución Política del Estado promulgada el 2 de febrero de ese año. Su artículo 17 decía que “en los casos de asesinato, parricidio y traición a la Patria, se aplicará la pena de 30 años de presidio, sin derecho a indulto”. En otras palabras, se eliminaba la pena de muerte como el mayor castigo en nuestro país.

El Che fue capturado en Quebrada del Yuro el 8 de octubre de 1967. Estaba herido pero vivo. El militar que encabezaba el grupo que lo capturó, Gary Prado Salmón, incluso llegó a charlar con él. De ahí se lo llevaron a La Higuera donde al día siguiente lo entregaron al comandante de la octava división, Joaquín Zenteno Anaya. Luego, Prado retornó a la Higuera.

Al mediodía del 9 de octubre se dio la orden de ejecutarlo. En su edición número 942, la revista española Cambio 16 publicó que, en una entrevista con el periodista Claudio Gatti, el agente de la CIA Félix Ismael Rodríguez Mendigutia afirmó haber sido quien ordenó al sargento Mario Terán Salazar que cumpliera la orden de matar al Che que ya había sido impartida desde Washington pero los oficiales bolivianos se negaban a cumplir.

Terán ingresó al cuarto donde estaba el Che, herido y desarmado, y cumplió la orden de la CIA: lo mató.

No hubo juicio, ni siquiera sumarísimo. Se disparó a un hombre indefenso, quitándosele la vida. Pudo ser inocente o culpable. Pudo ser el mejor hombre de la historia o un sanguinario asesino pero era un ser humano. A ese ser humano se lo mató a sangre fría, sin juicio. 

Su muerte fue premeditada porque la decisión fue asumida mucho antes, cuando Regis Debray confirmó que el guerrillero estaba en Bolivia. Se lo ejecutó con alevosía porque, al estar herido y desarmado, el Che no podía defenderse.

Quienes afirman que la muerte del Che Guevara fue una acción de defensa de la soberanía de Bolivia no entienden que la orden no provino del gobierno boliviano sino de la CIA estadounidense. Esto dice el informe clasificado A.C.O.D. 25 elaborado por Rodríguez: “La decisión de ejecutar al dirigente subversivo fue trasmitida sin tregua a la Presidencia a través de nuestra embajada en La Paz”. 

En la muerte de Guevara hubo por lo menos dos de los elementos del asesinato, premeditación y alevosía. Por tanto, no hubo ejecución ni fusilamiento. Fue un vulgar asesinato. Y punto.

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.