Opinion

El Che y las mentiras
Surazo
Juan José Toro Montoya
Miércoles, 4 Octubre, 2017 - 09:54

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Ernesto Guevara de la Serna fue asesinado. Esa es la más grande verdad de lo ocurrido en Bolivia el 9 de octubre de 1967.

Los diccionarios jurídicos señalan que, para ser considerado asesinato, un homicidio; es decir, la “muerte causada a una persona por otra”, debe reunir las características de premeditación, saña y alevosía.

La muerte del Che fue premeditada porque se trataba de un enemigo a eliminar. La CIA, cuya participación en todo este episodio está más que probada, fue la que dio la orden y lo que hizo el gobierno boliviano fue simplemente ejecutarla.

Hubo saña porque fue ultimado a sangre fría, cuando estaba herido y desarmado en el cuartucho de la humilde escuelita de La Higuera donde lo encerraron tras capturarlo, un día antes, en la quebrada del Churo.

Y hubo alevosía porque se procedió con “cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin riesgo para el delincuente”. Fue una ejecución sumaria, sin juicio alguno. El asesinato se produjo fuera de la vista de todo el mundo. El asesino, Mario Terán Salazar, fue el único presente. Como Guevara estaba herido y desarmado, pudo liquidarlo con un balazo en la cabeza pero hizo más de un disparo con su carabina M2. Después, el ejército boliviano desarrolló toda una estrategia para ocultar lo que había ocurrido ese día.

Asesinato a sangre fría…

Todo lo demás que gira en torno a la fecha es material para debates cuya resolución tomaría días.

Se dice, por ejemplo, que la incursión del Che en Bolivia fue una invasión extranjera. Unos opinarán que una invasión es “irrumpir, entrar por la fuerza”, los juristas señalarán que es “la penetración bélica de las fuerzas armadas de un país en el territorio de otro” mientras que los militaristas recordarán que una acción de esa naturaleza es una “operación bélica a gran escala destinada a la conquista de un territorio”. Otros responderán que Guevara no ingresó por la fuerza sino que se infiltró, igual que la mayoría de sus dirigidos que, finalmente, solo resultaron un grupo reducido que, cuanto más, apenas podía considerarse una facción o guerrilla, “pequeña partida de fuerzas”, “partida de tropa ligera, que hace las descubiertas y rompe las primeras escaramuzas” o “formación en orden disperso de pequeños elementos armados”.

Lo que iba a pasar con esa guerrilla es otra cosa. Habrá que recordar que el Che esperaba ser reforzado por los mineros, que entonces eran considerados la vanguardia del proletariado boliviano, pero el gobierno de Barrientos, que operaba bajo instrucciones de la CIA, fue oportunamente alertado de que el respaldo a Guevara iba a considerarse en un ampliado a realizarse en Llallagua el 24 y 25 de junio de ese año. Debido a ello envió tropas a esa ciudad minera y desató la masacre de San Juan.

Se habla, también, de soberanía ultrajada pero nadie recuerda que algunas de las tropas bolivianas enviadas a Ñancahuazú fueron previamente adiestradas por soldados estadounidenses como el mayor Ralph Shelton, los capitanes Fricke y Walender además de 12 sargentos, todos excombatientes de Indochina y Centroamérica.

Se habla mucho pero se informa poco porque no muchos estudiaron lo suficiente ese capítulo de la historia de Bolivia.

Incluso el presidente Evo Morales dijo que el asesino del Che fue el general Gary Prado cuando, en realidad, quien lo mató fue el entonces sargento Mario Terán Salazar.

Junto al colega español Ildefonso Olmedo, yo encontré a Terán en 2014 y se lo ofrecí en bandeja al Ministerio Público. Nadie hizo nada. Pero ahora le van a rendir homenajes.

 

  

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.