Opinion

PARLAMENTARIAS PARITARIAS
Textura violeta
Drina Ergueta
Miércoles, 5 Noviembre, 2014 - 20:29

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Cómo será ¿no? el día a día de nuestras parlamentarias plurinacionales y paritarias. Allí, en medio de esos espacios cargados de historia, donde estuvieron tantos y tantos “padres de la Patria” y donde ahora a ellas les corresponde ser las “madres”. Dentro de poco muchas lo averiguarán, algunas repetirán la experiencia. Nosotros ahora lo podemos imaginar.

Se ha cumplido la paridad, representación igualitaria en número entre hombres y mujeres que ha sido establecida por ley. En la próxima legislatura habrá 82 mujeres parlamentarias, de las cuales 66 son diputadas y 16 senadoras. Con eso, Bolivia es el tercer país, a nivel mundial, con mayor representatividad femenina en el segundo poder del Estado.

Es un logro, que haya esa representatividad es un logro indiscutible, siempre que se cumpla la función para la que fueron elegidas por voluntad popular y por lo que se demandó y logró dicha paridad.

Para visualizar cómo se lleva a cabo eso de cumplir con la población que vota, está bien comenzar por el día a día, por las cosas rutinarias y cotidianas que las parlamentarias pueden vivir porque, como a todas las personas, éstas condicionan sus actividades, en ese caso como legisladoras.

El primer día que asuman como congresistas seguramente les sonará temprano el despertador, se afanarán por ir bien presentables, estrenarán traje, vestido, pollera, manta, sombrero o tipoi, lo que corresponda para dar la imagen que merece la ocasión, las joyas no faltarán y el perfume detrás las orejas, tampoco.  Las que repiten curul entrarán taconeando con paso firme, las que se estrenan dudarán hasta de cómo sentarse y de qué hacer para votar.

Los varones también se acicalarán lo mejor que puedan y los nuevos representantes también tendrán sus dudas. Imagino que algunos no perderán el tiempo, en algún momento se colocarán en un lugar estratégico para ver y valorar la carne nueva y medir sus propias posibilidades. Tal vez se junten unos pocos y hagan comentarios sexistas referidos a la vestimenta de las colegas, a lo que hay debajo de la vestimenta, quiero decir.

Algo parecido harán algunos periodistas, con gracia y entre risa y risa irán comentando entre ellos, obviamente con doble sentido. De los parlamentarios dirán principalmente cosas referidas a su actividad política, sus transfugios y corruptelas; en tanto que de las parlamentarias las opiniones tendrán que ver con su físico. No me refiero a la profesionalidad periodística de algunos, sino a esos momentos entre una y otra entrevista en la que son personas con una mentalidad machista de la que no son ni siquiera conscientes.

Aclaro que estoy imaginando, aunque algunas certezas tengo, como que el Parlamento, como todos donde está el poder, es un espacio masculino y que eso se nota.

Seguimos con la ficción: en el día a día, en lo cotidiano de la labor parlamentaria surgirán otras situaciones. A más de una parlamentaria le pasará que sea reemplazada por su suplente varón, por variados argumentos. En tanto que las que queden serán, en su mayoría, totalmente anuladas, pocas veces participarán y esto luego de haber sido ignoradas o ninguneadas por ser mujeres.

En las comisiones, las relegarán a temas “sociales” (salud, educación, género, etc.), considerados ligeros, mientras que ellos estarán en los asuntos de peso político y económico. En las reuniones no tendrán muchas posibilidades de hablar si no elevan mucho la voz y reclaman atención, y habrá alguno que les diga cosas así como: “¡A mí, ninguna mujer me dirá lo que tengo que hacer!”.

En general, todas seguirán al pie de la letra lo que mande el partido, dirigido por varones, lejos de si es conveniente o no para las mujeres. Alguna se planteará que se unan todas y hagan frente común para temas de género, pocas se apuntarán.

El hecho de ser elegidas por “paridad de género” les pesará, sentirán hasta cierta culpa y les generará inseguridad. Desde muchos espacios percibirán que se piensa que no se ganaron el curul, que no se lo merecen y habrá más de uno que ese argumento se lo lanzará a la cara. Esta situación puede hundir a unas y hacer que otras busquen sobresalir así sea a codazos.

Como en todas las profesiones o actividades, las mujeres deben demostrar el doble: que saben y que pueden. Deben hacerlo a nivel profesional y también en lo que se considera la medida de los hombres, por eso se valoran actitudes masculinas en ellas, como el carácter, la valentía, el ser rudas y agresivas.

En todos los espacios existe una especie de complicidad masculina que es transversal, que recorre desde el funcionario de menor rango hasta la máxima autoridad, donde, respecto a las mujeres, hay como un acuerdo de unidad que señala que ese terreno es de hombres y que deben defenderlo, allí ellos tienen la ventaja, son los que saben y pueden, los que manejan la situación, y que si allí entran las mujeres es porque ellos se lo permiten o porque están obligados.

No todos los varones entran en este saco, es cierto, pero una buena parte están acostumbrados a que las mujeres estén por razones “decorativas” y satisfacción personal o porque consideran que alguna ha logrado ganarse el espacio al igualarse a un varón.

Hasta aquí la ficción y los parecidos a la realidad son casualidad. Sé que más de una está identificada y que a más de uno le ha incomodado.

La manera de cambiar estas realidades patriarcales, de disminuir, por ejemplo, las 3.000 denuncias de violencia presentadas en lo que va del año, es modificar actitudes machistas y para eso hay que ser conscientes de que existen y de que están en todos los niveles y espacios, en asuntos trascendentes y en momentos habituales del día a día.

La violencia física comienza y está sustentada por la permanente y constante violencia simbólica, por esas microviolencias invisibles (bromas y menosprecios) que son aceptadas, y que las viven las mujeres, todas, desde la más pobre y desconocida hasta una “madre de la Patria”. Por eso es importante visibilizarlas, aunque sea imaginándolas, para cambiarlas.