Siete jóvenes que nacieron casi juntos y hoy vuelan solos
Iván Ramos - Periodismo que Cuenta
En diciembre, cuando los colegios se llenan de togas blancas y orgullos familiares, uno descubre que hay historias que no caminan: desfilan. Historias que llegan juntas al final del camino escolar porque así nacieron, juntas desde el primer día. Y uno, simple cronista, solo puede abrir el cuaderno y dejar que la vida hable.
Hoy, en Sucre. salen bachilleres siete jóvenes extraordinarios: cuatro del Fe y Alegría, tres del Don Bosco “B”. Cuatrillizos y trillizos. Siete destinos que nacieron entre minutos de diferencia y hoy se paran frente al futuro con la misma determinación de quienes aprendieron temprano a compartir el aire, el espacio y los sueños.
LOS CUATRO DE LA FAMILIA LUPA URIONA
Weimar Lupa todavía siente en la memoria el olor limpio del Hospital Gineco Obstétrico, aquel 31 de marzo de 2008, cuando el médico anunció que la cesárea no podía esperar más. 32 semanas de embarazo y cuatro corazones apurados por asomarse a la vida: Ignacio, Ivanka, Vania y Abril, nacidos con pocos minutos de diferencia, como si hubieran venido ensayados de fábrica.
Hoy, 10 de diciembre, los cuatro caminan orgullosos con sus diplomas del Fe y Alegría, mientras en la casa Lupa Uriona se organiza una cena sencilla, alegre, suficiente: allí donde nunca sobraron bienes materiales, siempre sobró amor.
Weimar, ingeniero mecánico, me habla con la serenidad de quien ya lo vio todo:
—Es difícil, pero no imposible, me dice, con esa sonrisa de padre que ha sobrevivido a tormentas y desvelos.
Me regala una anécdota que lo pinta entero: un día, en un micro, un niño lloraba desconsolado. Weimar pidió a la madre que se lo prestara un ratito. Lo calmó en minutos. Luego, guiñando un ojo, me cuenta:
—Yo he podido calmar a los cuatro a la vez, cuando lloraban juntos.
Lo dice sin presunción, con la misma naturalidad con que uno comenta el clima. Para él, cuidar es verbo y oficio.
Agradece los consejos de las mamás y abuelas, “tesoros que no se acaban”, y reconoce que lo suyo es una fortuna afectiva:
—Es hermoso tener una familia numerosa. Es bueno disfrutar a los hijos cuando son pequeños. He podido llevarlos al campo, enseñarles los caminos, el río...
Una tía le había dicho que tendría muchos hijos. Y la vida cumplió, poniéndole enfrente a Justina Uriona, su esposa, “una mujer maravillosa”. Además, la genética ya dejaba pistas: los abuelos de su padre eran gemelos. El destino estaba avisando.
Ahora, cada uno perfila un futuro propio:
Ignacio quiere Ingeniería Mecatrónica.
Ivanka sueña con Fisioterapia.
Vania apunta a Odontología.
Abril se inclina por la Imagenología.
En el kínder estuvieron juntos, “como racimo”, recuerda Weimar. Luego, por consejo de maestros, los fueron separando curso por curso, para que aprendieran a caminar con sus propias sombras.
LOS TRES DEL DON BOSCO “B”
A unas cuadras, otra historia respira. Daysi Calatayud Muñoz abraza a sus tres hijos —Samuel, Madelip y Nicolás— con un gesto que mezcla orgullo y nostalgia. Trillizos, nacidos con minutos de diferencia el 8 de enero de 2008.
Hoy salen bachilleres del Don Bosco “B”, y Daysi los mira como quien mira un milagro levantado con las manos.
—Mi esposo Pánfilo Pacencio y yo hicimos todo lo posible para que no les falte nada, me dice.
Luego baja la voz:
—Él, desde el cielo, debe estar orgulloso. Falleció el 1 de febrero de este año… y yo quisiera que hubiera visto este día.
No hay palabras suficientes para ese vacío. Solo respeto.
Las noches, me cuenta, eran una batalla:
—Cuando uno lloraba por fiebre, el otro por hambre y el otro porque había que cambiarle los pañales…
Pero lo dice con ternura, no con queja. Con ese amor que ya sobrevivió a todo.
Los tres ya levantan alas propias:
Samuel quiere Ingeniería Comercial.
Madelip estudiará Medicina.
Nicolás apunta a Ingeniería Civil.
—Hemos construido una familia unida, dice Daysi,
“así como en el vientre se unieron, ahora siguen firmes, mis wawitas”.
DONDE LA VIDA SE MULTIPLICA
Hay familias así: grandes, múltiples, gloriosamente caóticas. Familias que aprendieron que la vida no espera a que todo esté en orden para florecer. Que se apoyan en la paciencia, en la ternura, en la fe y en el humor para no naufragar.
Los cuatrillizos. Los trillizos.
Siete jóvenes que nacieron con minutos de diferencia y hoy miran el futuro con ganas de comérselo.
Detrás de ellos, padres y madres que resistieron noches enteras, que lucharon, que inventaron fuerzas.
Historias que no salen en los noticieros, pero deberían.
Porque son la prueba viva de que, incluso en tiempos difíciles, la vida insiste en brotar por montones.
