Regional
Una larga historia de asentamientos humanos
La transición de Chuquiabo a Nuestra Señora de La Paz
Torre funeraria o chullpa en alto Achumani. Foto: GAMLP.


Lunes, 19 Octubre, 2015 - 19:40

-Rolando Carvajal *  [email protected].

La transición de la marka prehispánica del Chuquiabo al español Pueblo Nuevo de Nuestra Señora de La Paz, comenzó probablemente en diciembre de 1533, a un mes de la toma del Cuzco. Señala en muchos sentidos el momento en que el pequeño poblado cruza el final de su vida precolombina para ingresar  en el umbral de la más temprana colonia.

Quince años antes de la fundación de la ciudad, los cuatro primeros exploradores de la avanzada de Francisco Pizarro que subiendo al altiplano co-descubrieron, para la mirada europea el lago Titicaca, abrieron también al resto del mundo el espacio del Collao, entre Ayaviri y Sicasica, entre los canche y los pacaje, que ocupaban también, igual que los colla y otras etnias generalmente con núcleo establecido en la vasta meseta andina, diversos valles encajonados detrás de las montañas nevadas, al este de los Antis.

En el sur inmediato, a partir de Caracollo, el extenso territorio de los charca y qaraqaras sería igualmente recorrido con la misma intensidad rumbo al rìo de la plata y Chile.

Esa primera exploración hispana al Collao incluyó en busca de oro, mano de obra y otros valiosos recursos gratuitos, la hondonada que desde las cumbres del Huayna Potosí, habían allanado por milenios el río Choqueyapu y su afluente principal, el Chuquiaguillo/Orkojauira/La Coya, antes de bajar por el sur del Illimani, rumbo a la selva y el Amazonas.  

Esta  marca o cabecera de pueblos indígenas, fue inicialmente conocida por los españoles como “pueblo de Chuquiabo”  y no como “Pueblo Nuevo”, término que se empleó para la creación de la ciudad, según lo precisó en septiembre de 1548 su autor intelectual, el gobernador La Gasca, en sus instrucciones fundacionales a Alonso de Mendoza, sobre un planteamiento que ya en 1542 había enviado Vaca de Castro, su primer antecesor.

El pueblo nuevo pudo albergar una primitiva pero singularmente histórica capilla de barro, similar a la descrita en el acta inaugural de Laja aquel sábado 20 de octubre de 1548. 

Que tres días después Mendoza decidiera por sí mismo realizar una segunda y visionaria cuanta estratégica fundación –posiblemente en la explanada de Churubamba–, solemnizada con el ritual de instauración del “rollo y la picota” y de “quitar piedras” –en Chuquiabo como señalan las Actas del Cabildo– y que meses después ampliara la ciudad o mandara a trazar su sector español de manzanas cuadriculadas sobre la ribera izquierda del Choqueyapu con tope en el río Mejahuira, concreta uno de los momentos cruciales de la transición local del siglo XVI en la futura metrópoli convertida hoy en la mayor del occidente boliviano, el sur del Perú y el norte de Chile.  

UNA PRIMITIVA CAPILLA DE BARRO

 ¿Por qué la importancia de tal capilla? La investigación más reciente de Marti Pärssinen sobre la cuadripartición aymara en Chuquiabo a la hora en que aparecieron los españoles, encontró que tres secciones eran mitimaes (aman y ruin de la parcialidad amansaba y aman de la orensana, es decir incas o de otras etnias altiplánicas) y la cuarta era nativa (ruin del ruin). El emplazamiento de la primitiva capilla, por ejemplo en la parcialidad de inca, correspondiente a San Sebastián, confirmaría que el Pueblo Nuevo de Nuestra Señora se asentó, al menos por un año en Churubamba. 

Pero ¿y si tal asentamiento fue en la parcialidad del Sol/la Coya, hacia el actual barrio de Miraflores? ¿O en la parcialidad de Santiago, al parecer enfrente de San Pedro, pero más allá de Poto Poto miraflorino con extensión a la zona sur? ¿O en esta misma parcialidad sanpedrina de indígenas locales pasando el río Karawichinca, en la margen derecha del Choqueyapu? 

De todas maneras, hacia 1560 los ayllus todavía reclamaban compensación por sus tierras tomadas para fundar la ciudad, dado el compromiso de “darles otras y no se les han dado”, según el pleito de Juan Remón.

Por el mismo rumbo, la posibilidad de que los caciques Quirquincha y Uturuncu recibieran a los españoles no está confirmada ¿Existieron realmente? A partir de Aranzáes (1915), todos, historiadores o no,  repitieron después lo mismo, o casi lo mismo. 

Las versiones primigenias de Crespo en 1906 y Acosta en 1880 con base en la topografía descrita por Lanza 1876 aluden a los “caserones” de Quirquincha o el “campo” del Uturuncu, incluso barrio o callejuela, pero no a los curacas mismos. Y la a referencia base sobre estos dos personajes en el imaginario local corresponde al rescate de la memoria oral efectuado por una sola fuente que data de 1911 pero publicada en 1955, versión que fue recogida por el entrañable Saignes en 1985 y desde entonces también es repetida por los autores de los últimos 30 años.

La marca era desde tiempos preincaicos un importante centro multiétnico de ayllus locales y regionales que ocupaban y transitaban este singular cruce de diversos caminos e intercambios, sobre todo de coca, no sólo para la extracción de oro o la agricultura, sino para el pastoreo de camélidos en apreciados pastizales de sus laderas: Ovejuyo, Purapura, Achachicala, Sopocachi, Munaypata, Kallampaya, Chijini.

Articulaba también, como otros enclaves étnicos del altiplano, a uno y otro lado de la Cordillera –tal vez precisamente para rebasar la enorme meseta, diferentes niveles ecológicos a la manera de archipiélagos poblacionales sobre los que tenían derechos ayllus lejanos con núcleos incluso al otro lado del Titicaca y emplazamientos productivos trabajados por mitimaes trasladados por el Inca desde el Chinchaysuyo y la provincia Cañar del Ecuador (cañares y chinchaysuyos), conformando un sistema que desde la  etnohistoria del siglo XX se describiría como zonas transversales de complementación o control vertical de diversos pisos ecológicos.

Desde 1450, con la conquista inca y el consecuente reordenamiento de la tierra y los grupos poblacionales,  la futura La Paz albergó así el doble enclave de los intereses del estado inca y de los señoríos aymaras que sobrevivieron a la debacle de la cultura Tiwanaku hacia el siglo XIII, especialmente de los lupaca, collas y pacasas/pacaxes/pacajaquis, perteneciendo Chuquiabo a estos últimos.

EL PASADO MÁS REMOTO

La excavación arqueológica halló desde el siglo XIX en cerámica, orfebrería, escultura y vivienda, vestigios de las primigenias culturas que desde hace 3.000 años (Wankarani y Chiripa entre 1500-1200 aC., y luego Tiwanaku  hasta 1.200 dC) ocuparon el altiplano central, extendiéndose chiripas, tiwanacotas (y sus sucesores aymaras) en busca de oro a valles de altura como Chuquiabo, donde dejaron evidencias materiales de su presencia en sectores como Achocalla, Llojeta, Tembladerani, Pampajasi, Miraflores y otras riberas del Orkojahuira y más abajo, en Achumani donde esperan mejor conservación una chullpa o torre funeraria pacaje y los restos de una kocha o laguneta artificial para regar maizales y cultivos de papa o haba.  (La foto que acompaña a esta nota es de una torre funeraria en Chijipata, Kellumani, un sector de la cuenca del Achumani).

 Lo anterior existente a la presencia nativa, se pierde en la niebla de lo glacial y diluvial de la información geológica existente para el último millón de años.

“Sólo la cuenca de La Paz ofrece la oportunidad de observar las cuatro épocas glaciales”, concluyeron en 1960 Federico Ahlfeld y Leonardo Branisa en torno a enormes sucesos de erosión que conformaron la hoya paceña.

 Para la era del Pleistoceno en Achocalla, dieron cuenta de un deslizamiento de colosales masas sedimentarias precipitándose desde la meseta altiplánica hasta la profunda quebrada del río de La Paz, debajo de Aranjuez: “Por un corto tiempo, el cauce de río estaba cerrado, formándose aguas arriba un lago que llegó hasta la parte alta de Obrajes. Sus terrazas todavía son bien visibles en varios puntos”. 

Miles de años después, las orillas de los grandes lagos Ballivián y Minchín, precursores en su desecación, del eje acuático Titicaca-río Desaguadero-lago Poopó y los salares,  fueron recorridas después por cazadores y recolectores nómadas en tránsito a lo pastoril, agrícola y sedentario, caracterizando a las edades de   piedra y metales en el altiplano, protagonizadas por población de los horizontes Viscachanense y Ayampintin del periodo precerámico, según los estudios de Ramiro Condarco, 1975; Montes de Oca, 1989; Huidobro, 1984,  y Lemuz/Aranda, 2009.

En lo que sería Chuquiabo, desde el momento geológico en que los deshielos del Huayna Potosí y las alturas de Chacaltaya cambiaron de curso, ya no bajando hacia el declive de Batallas, rumbo al Titicaca, sino abriéndose curso este hacia el embudo de Aranjuez

Y  mientras el Chuquiaguillo-Orkojahuira escarbaba su propia cuenca miraflorina hasta la cumbre de entrada a los Yungas, en Chicani y sus alturas de Hampaturi se formaba la del río Irpavi, alimentado en su final por la cuenca del Achumani en Calacoto, confluyendo todos, junto con el Ovejuyo-Hayñajahuira, en el último tramo del Choqueyapu, en un sistema de cuatro cuencas que aún hoy reúnen y drenan las aguas de 200 arroyos.

En vasto arco, desde el noroeste se mostraba el Huayna Potosí  (el antiguo Kaka-Aaka con  sus 211 millones de años) , luego la serranía Murillo, seguida por el  Mururata y el Illimani (la wak’a Hillemana para los originarios), separados por el abra de Pacuani/Uni, distinguiéndose la afloración volcánica del Chiarjaque/Muela del Diablo, y más al sur el bloque rojo de Aranjuez, que desde el altiplánico Kenko fijó límite con Achocalla.  

LA OCUPACIÓN INCA

Hacia 1450, sin embargo, había comenzado la expansión del naciente estado incaico rumbo al Collao y Charcas, atribuida, por Garcilazo (1609) y Guamán Poma (1612) al cuarto inca, Mayta Capac. Pero cronistas más tempranos como Cieza (1553) y Sarmiento (1572) refieren, con base en información local de indígenas ancianos, que éste  no salió del Cuzco, salvo a una guerra con sus vecinos alcabizas y no pudo estar en o fundar Chuquiabo. 

En su estudio sobre Caquiaviri y Pacasa, Pärssinen planteó que se le acreditaron a Mayta (1290-1320) “las conquistas que aparentemente tuvieron lugar en la época de Pachacuti”, noveno inca (1438-1463). 

Errada o no, la incierta presencia de Mayta Capac en Chuquiabo se registró en   historiografía paceña desde 1880, siendo repetida el IV centenario de La Paz y décadas siguientes, incluso hasta el 2013. 

De aquellos años datan las imaginativas versiones sobre su reinado hacia 1181, su creación de Chuquiabo y hasta la construcción de “un templo para el Sol, la casa de Escogidas y casa de fundición, a la cual dotó de mayordomos y obreros para labrar ricas piezas de oro”. (Aun hoy se “advierte”: “no hay que olvidar que el cacique Quirquincha se halla enterrado en esta iglesia”, San Sebastián y se habla de un remoto “templo inca dedicado al sol”, se axueHuidobro el 2009 y  Ramos el 2015), con motivo de la extracción de cerámica prehispánica que no da cuenta de una estructura mayor según el reporte 2007-2009 de Rendón y Mencias)

Si bien una de las tres estrechas calles arriba de la explanada triangular de Churubamba  lleva el nombre de Mayta Capac, contradictoriamente hasta hace un siglo se la conocía como la calle del “caserón” de Huayna Capac.

La cronología de la presencia inca es más precisa a partir del hijo de Pachacuti, Topa, quien co-gobernó con su padre entre 1463 y 1471. Los Quipucamayos-administradores de los quipus (chinus, en aymara: cordones anudados en los que se anotaban cifras y aun sucesos)  informaron en 1542 a Vaca de Castro que después de tomar los reinos colla y lupaca al norte del Lago, Pachacuti conquistó Charcas y en consecuencia Pacajes, aunque otras fuentes (Cieza, Murúa, y Cobo) asociaron tal ocupación a Topa. 

Todavía en 1582 los curacas de Charcas reivindicaban haber sido soldados desde el tiempo de “Topa Inga Yupanque y Guaynacna y Guascar Inga”. 

El cambio de siglo advino precisamente con Huayna Capac, emperador entre  1493-1525, a sólo años del descubrimiento español del Collao y Chuquiabo por parte de los cuatro “corredores” pizarristas a la cabeza de Diego de Agüero.

Tras el avance de Pachacuti hasta los collas y linderos de Pacajes,  lo conquistado por Topa comprendió la mayor parte del imperio inca. Sarmiento narra que si bien Pachacuti instituyó el sistema de los mitimaes, indígenas traspuestos, mudados,  para la colonización incaica, fue Topa quien amplió las facultades de los mitmaqunas y ordenó visitas para empadronar todas las etnias agravando el peso de los tributos.  

Fue también Topa quien reingresó al otro lado de los Andes con  sus capitanes Otorongo Achachi y Challco Yupanqui, y avanzó hasta los Chunchos, al norte de Larecaja, enviando a un tercero, Apo Curimache, a encontrar el legendario río Paytite del oro, “por el camino de Camata”, Larecaja.

Sin embargo, Challco Yupanqui no era sólo un capitán más: apu/gobernador del Kollasuyo, con mando desde el centro ceremonial de Copacabana, llevaba en la guerra “la imagen del Sol” (Sarmiento, 1572). Y ya  maduro fue el mismo que probablemente acompañó a Almagro en la primera entrada a Chile (Roberto Santos, 1966) y fue eliminado por Tizoc, lugarteniente del rebelde Manco Inca antes de la batalla de Cochabamba, de 1538, durante la segunda oleada invasora de los Pizarro en la región.

Al igual que con Challco Yupanqui, diversos testimonios dan cuenta de jefes y gobernadores con predominio en el norte del Collao, eventualmente extendido a Pacajes y Chuquiabo:

Para los tiempos de Viracocha, Cieza alude al  gobierno de Cari y Zapana, entre los lupaca y los colla, respectivamente. Con  Pachacuti,  Sarmiento enumera hasta cuatro incursiones contra los collas, la mayoría contra su líder Chuchi Capac, pero también contra Chucachuca y Coaquiri, cuyos pellejos terminaron alisados en los tambores del inca.

Basado en Martín de Morúa (1590, en Bouysse-Cassagne, 1987) Choque Canqui  nombra a Javilla, Tocaicapac y Pinancapac, como gobernantes del Collao, incluso antes que el inca.

Aunque hay versiones entusiastas sobre la presencia de Huayna Capac en el mismo Chuquiabo, sí está documentada la  visita que hizo al Kollasuyo para reordenar el trabajo en  tierras de pastoreo y minas y trasladar 14.000 mitmas al valle de Cochabamba y otros enclaves estatales en  Larecaja, Chuquiabo, Zongo, cocales del sol y del Inca (John Murra, 1991), Yungas e Inquisivi, además del poblamiento ritual de Copacabana por 42 panacas  de otras tantas naciones. 

Choque Canqui encontró en la relación de Mercado de Peñaloza (1585) y otros autores, que Huayna Capac separó Sicasica de Pacajes, otorgándoles tierras en Cochabamba, manteniéndoles su acceso a otros pisos ecológicos. 

Con la conquista inca, estimó Saignes,  “el nombre de la mayor mina, llamada Huayna Capac (Guanarcabo 40 brazas), da a suponer que podría pertenecer a su momia”, custodiada por su panaca en el Cuzco, a la que se remitía el oro. 

Precisamente con los datos de fines de 1533, llevados por Agüero y sus tres compañeros a Pizarro y Sancho de la Hoz, este escribano y secretario del conquistador escribió en 1534 la primera descripción de Chuquiabo. 

Al breve retrato de Sancho se sumarían hasta fin de siglo una decena de descripciones sobre Chuquiabo y Nuestra Señora, desde la valiosa información de los encomenderos  Vizcaino y Morales en 1586, suscrita por Cabeza de Vaca, hasta las menos conocidas de Cristóbal de Miranda en 1578, Balthazar de Ramírez en 1580 y la del poeta petrarquista Diego Dávalos y Figueroa, vecino de Chuquiabo en 1590 con su esposa Francisca  Briviesca, viuda del rico Juan Remón, que hasta su muerte detentaba  ocho encomiendas entre Machaca, Zongo y Chuquiabo,  incluidas las de Alonso de Alvarado en Zongo y Simaco, que fueron de Alonso de Mendoza.  

Párssinen ha dado apenas un bocadillo del Anónimo de 1568 y los legajos del pleito de Juan Remón en 1563, todos en el Archivo de Indias. Ariel Morrone, que ha estudiado a encomenderos y caciques  de la temprana La Paz, sorprenderá aún más en diferentes facetas. * Versión completa de un resumen publicado en La Razón. Periodista e historiador. Parte I de “De Chuquiabo a Nuestra Señora”, en edición.

Chuchiabo/Chuquiabo

Así figura el nombre en la traducción italiana de Ramusio, única subsistente, de la Relación de  Sancho de la Hoz, en 1534. En las Actas del Cabildo, 1548, se lee Chuquiavo y Chuquiapo, como también se vulgarizó después. Para Cieza en 1549 es Chuquiabo. En cambio, según Saignes, Chuquiago es una versión degradada de las anteriores. Raúl Calderón y otros historiadores prefieren Chukiyawu. La traducción convencional es sementera de oro. Para Garcilazo en la interpretación más antigua es: “lanza principal”, aunque mejor precisada es “señora lancera”, según Zacarías Monje, que hablaba aymara, por el vocablo chuqui/lanza, que también evoca a Chuquisaca y otras toponimias. El pacaje castellanizado –la x que igual que en México cambia en j−, se remonta quizá a una difícil pronunciación del pacajsa aymara, que los españoles abreviaron como pacaxa, pacassa o simplemente pacasa. En dos barrios del municipio paceño subsiste el nombre: Alto y Bajo Pacasa; y en el de Cupilupaca es referencia directa a los lupacas del Lago.