Social
Un círculo nefasto de abusos
Desgarrador relato de una víctima: “Nunca dejen solos a sus hijos, nunca”
Foto ilustrativa / Freepik


Viernes, 12 Abril, 2019 - 02:19

El mismo día que escuchó la sentencia para el abusador de su hija, Angélica, entre sollozos y aún sentimientos de culpa, dio a las madres de familia un consejo: “Yo digo a todas las mamás: No confíen en nadie. Nunca dejen solos a sus hijos, nunca. Y no sean violentos con sus hijos, por eso es que ellos no hablan y se callan”. 

Angélica (nombre ficticio para resguardar su identidad) fue víctima de abusos sexuales y físicos y, ahora, es madre de una joven que también fue víctima de violación.

El abusador de su hija resultó ser un familiar suyo, hijo de su propia madre: su hermanastro. 

-Yo lo denuncié, y mi mamá se vino contra mí.

Además de ser una víctima de violencia y que su hija fue vejada, Angélica tuvo que soportar que su propia madre le diera la espalda cuando inició el proceso penal contra el abusador. 

-Cuando yo denuncié al hijo de mi madre, ella me inicio un juicio falsificando mis firmas.

Abusos sexuales contra ella, violaciones, golpes, vejaciones sexuales cometidos contra su hija, amenazas… no fueron el único vía crucis. 

Angélica también tuvo que vivir el tormento que por sí mismo representa la justicia boliviana para muchas víctimas de abusos. El caso estuvo a punto de quedar en nada, pero al final el abusador fue condenado.

-Le dieron quince años. 

La sentencia, cerraba así, un capítulo más de un largo círculo de abusos cometidos dentro del seno familiar.

Angélica, pese a todo lo vivido, se levanta de nuevo. Y aunque sufre extrañas enfermedades que la están dejando sin el sentido de la vista, ella no se rinde: logró salir adelante, tener una profesión y escribirá un libro con todas sus experiencias. Dice estar agradecida a Dios. Y da señales de no guardar resentimientos:

-A pesar de todo bendigo a mi madre. 

El conventillo

-Mis tíos hacían lo que querían conmigo. Se turnaban. 

Angélica sufrió agresiones sexuales desde su más tierna infancia. Su triste historia de vejaciones inicia desde que ella tiene memoria. Primero, sucedió en la casa de su padre. Después, los vejámenes de sus tíos, en la casa de su propia madre; quien, a su vez, la golpeaba incansablemente, por todo y por nada.

Todo comenzó en un conventillo. Aquellos viejos vecindarios que todavía subsisten en algunas ciudades bolivianas, esas viejas o no tan viejas casonas compartidas por varias familias y vecinos. Esos territorios que son como pequeños grandes mundos donde todo puede pasar.

Angélica recuerda que a la temprana edad de cuatro años se quedaba sola en ese  mundillo. Ella estaba a cargo de su padre, un alcohólico que la abandonaba mientras continuaba su modus vivendi.

-A pesar de mi corta edad me daba cuenta de lo que me hacían. 

Ella tiene memoria de que siendo pequeña ultrajaban su cuerpo, lo hacían tantas veces que ya no pudo contarlas.

La madre que no creía en su hija

Tras sufrir los abusos y maltratos, un día de esos, Angélica fue “robada” por su madre para ir a vivir con ella. Poco se imaginaba que esa nueva vida iba a empeorar su situación.

-Me fui a vivir con mi mamá, no cambió nada, empeoró las cosas.

Los hermanos de la madre de Angélica abusaban continuamente de ella, pero ese no fue su único martirio. Angélica era golpeada y maltratada a niveles extremos por su madre. Tanto así que, según su testimonio, varias veces las autoridades le quitaron la custodia a su madre.

A pesar de la violencia que sufría, la hacían volver con su madre porque su papá era un alcohólico.

La madre de Angélica nunca le creyó sobre los abusos que cometían con ella. Y quizá esa fue una de las razones por las que la historia configuró un círculo de abusos, años más tarde.

La historia se repite 

-Terminé el bachillerato, me casé y fracasé. Me porté muy dura, muy fría, quedé sola con mis cuatro hijos.

La hija de Angélica, abusada por el hermanastro de su madre, sufrió tanto que quería morirse. Mejor dicho, quería matarse. 

-Casi la pierdo, mi hija quería matarse.

Angélica reconoce que ella replicó con sus hijos la violencia que sufrió con su madre. Lamenta que por esa actitud su hija le tenía miedo y no le comentó lo que le había sucedido.

-Me siento culpable porque no he cuidado bien a mi hija.

-Cada que la veo a mi hija, me imagino lo que le han hecho.  No quise leer las pericias psicológicas.

El desafío: romper el círculo de la violencia y el abuso

Madre e hija vivieron y aún no terminan de vivir historias muy parecidas. Las del flagelo circular en que se convierten los abusos, todo tipo de abusos.

El desafío de Angélica, además de seguir sanando sus propias heridas, es ayudar a su hija a superar lo que ella misma vivió desde que era una pequeña niña.

-Aunque le den mil años, dos mil años, quedamos marcados, siempre duele.

Angélica emplea una metáfora para sobrellevar el nefasto circulo de la violencia: “A veces es muy difícil hablar, pero cuando hacemos quemar una olla hay que lavarla, van a quedar huellas de lo quemado, pero es mejor lavarla”.

 

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