Entropía comunicacional y política

Por Adalid Contreras Baspineiro*

Entropía es ilusión de comunicación

La comprensión original de la entropía, que en la termodinámica se entiende como una medida de la distribución aleatoria de los elementos de un sistema que se desenvuelve en un campo de probabilidades, en la comunicación política se redimensiona, entendiéndola como una medida del ruido, de las interferencias, de la pérdida de energía de los mensajes, del autismo emisor, de la perplejidad con incertidumbres y de la incomunicación.

Entropía con interferencias

Claude Shannon, en su “teoría matemática de la comunicación”, dice que la entropía se identifica con el desorden que se produce en el proceso de circulación de un mensaje, desde el polo emisor hasta el receptor. Su afirmación se basa en el hecho que un mensaje o conjunto de mensajes emitidos como información, no llegan con la fidelidad de su construcción a quienes los consumen, porque su recorrido está sujeto a ruidos e interferencias que van mermando su contenido, al extremo incluso, que muchas veces el mensaje es comprendido de distinta forma. 

Por esta razón, Shannon dice que la entropía es la medida de la incertidumbre o la medida del desorden de un sistema, es decir, la medida de desorganización del mensaje transmitido en su recorrido desde el emisor hasta el receptor, tanto por la dinámica interna de su propio proceso como por la influencia del entorno. Y sugiere cuidar, al momento de la emisión, que todos los contenidos sean equiprobables, es decir que tengan las mismas probabilidades de recepcionarse.

¿Esta entropía comunicacional se refleja en formas de entropía política? La respuesta a la interrogante está en las acciones que desarrollan aquellas organizaciones políticas que viven ensimismadas en sus propias dinámicas internas, sin interesarse por saber si sus planteamientos se corresponden con los intereses y aspiraciones de las ciudadanías, y sin preocuparse por saber si llegan a sus destinatarios sin interferencias y sin desaceleraciones o modificaciones. 

Su noción de la comunicación política se limita al acto de emisión de spots, cuñas, o conferencias de prensa, o tuitazos, o carteles, o declaraciones en las que expresan los mensajes y en las formas que sus estrategas les aconsejan, porque sus esquemas se basan en la vieja noción de que se confrontan con masas y no con ciudadanías. 

Obran con la certeza que arrasan la meseta electoral y que se copan la agenda discursiva, aún sin medir si lo que dicen es consecuente con el historial de sus propias narrativas, es decir si son creíbles. No importa, lo que vale para ellos, es emitir, decir, saturar, descalificar porque el mundo político empieza y acaba en ellos mismos.

Entropía con perplejidad y subjetividades

Por su parte, Norbert Wiener, quien introduce la noción del feed back en la comunicación, sugiere que además de considerar el recorrido del mensaje, proceso al que considera como un estado de perplejidad, debe también considerar las características o modos de recepción de ese mensaje en cuyo recorrido, efectivamente va perdiendo energía y ganando en incertidumbre lo que a su vez incide en desinformación. 

Hay subjetividades en la recepción que deben ser tomadas en cuenta, dice Wiener, para evitarse sorpresas. Para él la retroalimentación del mensaje es la clave para equilibrar la información en la recepción, porque la pérdida de energía se repone con nueva energía.

Como sabemos, todo proceso electoral se define en la decisión del voto, por lo que se constituye en el espacio político de relevamiento del votante, aunque su camino funciona activando espacios de lucimiento de las candidaturas. En otras palabras, el tesoro buscado es el voto ciudadano y el camino para encontrarlo el recorrido azaroso de la confrontación de la mano del espectáculo político. 

En consecuencia, es necesario armonizar expectativas ciudadanas con promesas electorales y hacerlo en realidades situadas, pero esto no siempre es así. Un ejemplo. Pasada la virulenta experiencia del reciente bloqueo de caminos y de respiradores en pleno escalamiento de la pandemia, lo previsible era que las distintas organizaciones políticas encaminen cuatro acciones: la pacificación, el combate a la pandemia, avizorar salidas futuras a la crisis multidimensional, y buscar puntos de trabajo concertado.

Esto era lo deseable, pero el proceso político fue ganado por una entropía que ignora las tensiones y las demandas irresueltas y opta por encaminar una campaña electoral para la que pareciera que hace un par de semanas no hubiera pasado nada. Se opta por sembrar caos (característica de la entropía) para intentar pescar en río revuelto, amparándose en el muro de la confrontación, de la provocación, del desgaste y de la desconsideración con una ciudadanía que mira perpleja (otra característica de la entropía) el desparpajo electoral.

Las coyunturas pueden moverse al ritmo de la incertidumbre, desgastando más que componiendo, engrosando las filas de indecisos más que sumando, pero nada de estos impactos momentáneos garantizan el voto.

Entropía es ausencia de comunicación

Una tercera comprensión es la que sugiere Daniel Prieto, cuando afirma que la entropía no es sólo la pérdida de energía del mensaje, sino la pérdida de comunicación. Esto quiere decir, la pérdida de la capacidad de poner en común la construcción, deconstrucción y reconstrucciones de signos y significados que representan sentidos de vida, con expresiones tanto en los imaginarios como en las prácticas sociales. 

En la incomunicación entre emisores y receptores porque no logran mediaciones compartidas, los elementos perturbadores degradan el valor y los sentidos del discurso o la construcción del sentido de la vida y de los sentidos sociales, culturales, políticos y espirituales que se construyen en relación.

En estas condiciones, la entropía se revierte en situaciones de aislamiento en el polo emisor, donde se opta por un encierro en sus puntos de vista y postulados, al punto de caer en un estado de ensimismamiento narcisista o de la ilusión de que se está comunicando y sumando adhesiones. Sobre esta base, en su actuación en solitario, se autoconvence en que se está convirtiendo en el centro de la atención, así como en el supuesto que su mensaje marca y domina la agenda. 

Esta forma de comunicación, y de acción política, equivale a pretender generar empatías mirándose al espejo, porque no considera las interferencias que ocurren en el recorrido del mensaje ni los procesos de resignificación que son tan dinámicos en el momento de la recepción. Equivale a mirar el mundo desde el ombligo. Y el resultado son procesos de egocentrismo, o de ausencia de comunicación, por lo que políticamente, para decirlo en términos contemporáneos, se generan encapsulamientos autistas, en los que la quietud de la emisión se refleja en autoritarismos discursivos que no dialogan, o de posicionamientos que no encandilan.

Por eso estamos en presencia de un acto de autocomplacencia, que suele tener efectos importantes en la recuperación o en el refuerzo de la autoestima del emisor (léase candidato), al extremo de sobrevalorarse. También puede tener resultados en la complacencia empática con los iguales porque su discurso se basa en la diferenciación por la vía de la desacreditación de los contrarios similares. Y sus contenidos y estilos son materia prima incomparable para el desarrollo mediático de culebrones que podrían acabar banalizando los mensajes, la vida y la política. En la otra vereda, este ejercicio de autocomplacencia que cree que al restar suma, en realidad genera una incomunicación irreconciliable con los opuestos, ampliando las brechas que los separan.

La entropía como pérdida de energía comunicativa, hace crecer en altura y grosor los muros en los que se sostiene, y que son la saturación de mensajes; la degradación de los opuestos; el ensalzamiento de lo propio; la pretensión de mermar voluntades y la creencia ingenua que con la verticalidad informativa se posicionan imágenes y promesas y de paso persuaden para generar empatías. 
Los ruidos que estos procesos recogen en su recorrido se desorganizan, porque inevitablemente cosechan estados de fatiga, de fobia y de rechazo de lo emitido, aunque en el polo que emite se autoengañen pensando que por el sólo hecho de emitir, el proceso de comunicación está hecho, y viven este autoengaño con euforia triunfalista.

Resetear la sociedad de la entropía

En estas condiciones no tiene que extrañar que en el arranque de la campaña nos encontremos con candidaturas que buscan crecer destrozando a los rivales. Siendo que, en realidad lo que crece, al ritmo de los movimientos entrópicos, es el porcentaje de indecisos, o desarraigados de los partidos en contienda, o que prefieren no votar o hacerlo nulo o en blanco. Y todo esto en un contexto de incertidumbre por la pandemia y de indefinición frente a un futuro incierto.

En la sociedad de la entropía, el desorden es su forma de conducta; la confusión y perplejidad son su escenario; el caos es su cotidianeidad política; la división es su herramienta; el ensimismamiento su identidad; la imposición informativa su narrativa; y la incomunicación su modo de vida. Esto en los términos tradicionales de la entropía equivaldría a la parte de la energía que se derrocha porque no sirve para producir, sino para diseñar un círculo vicioso de confrontaciones en un sistema en decadencia.
Por eso se tiene que cambiar el rumbo del proceso electoral. Y esto pasa por sobreponer la comunicación a la entropía y regar la política de propuestas que se sintonizan con una realidad de crisis multidimensional que está esperando respuestas. 

Recordando que estamos viviendo una tregua, es imprescindible reordenar el proceso con ideas, valores, voluntades y narrativas que sirvan para rebelarse y no para amoldarse a un mundo político encerrado en sí mismo y en las mezquindades de la búsqueda del voto. Primero el país y su gente. Éste es el espejo en el que debemos mirar con preocupación la realidad y, desde él, proyectar con ilusión colectiva el futuro.


*Sociólogo y comunicólogo boliviano