Carla Cordero Sade
Fundación Jubileo
En Bolivia, más de 4,4 millones de personas viven en situación de pobreza, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Sin embargo, lo más preocupante no es solo cuántas personas están en esa condición, sino lo que las cifras no logran mostrar: una pobreza cada vez más difícil de medir, pero no por ello menos real. Hoy, hablar de pobreza en el país exige mirar más allá del ingreso, de los promedios nacionales y de los cuadros estadísticos. Exige preguntarnos: ¿qué significa realmente ser pobre en Bolivia?
Un rostro persistente. A pesar de algunos avances durante el periodo de bonanza económica y la expansión de programas sociales, la pobreza mantiene un rostro reconocible: es rural, indígena, joven y femenina. El 52% de la población rural y 44,7% de la población indígena vive en pobreza. Entre niños, niñas y adolescentes, la incidencia supera el 46%. En el área rural, uno de cada cuatro habitantes no puede cubrir ni siquiera una canasta mínima de alimentos. Estas cifras no son solo datos: son reflejo de exclusiones estructurales que persisten a pesar del crecimiento.
Los precios suben más que las líneas de pobreza. El método oficial del INE para medir la pobreza en Bolivia se basa en líneas de ingreso mensual: Bs 939 por persona en áreas urbanas y Bs 684 en áreas rurales. Pero estas líneas no han crecido al mismo ritmo que el costo de vida, especialmente en un contexto de inflación acumulada superior a 20%, entre 2021 y 2025, en alimentos.
El resultado es inquietante: miles de familias que antes alcanzaban apenas a cubrir sus necesidades básicas ya no lo logran, pero tampoco aparecen como pobres en las estadísticas. Si se ajustaran las líneas de pobreza según la inflación real, la pobreza moderada pasaría de 36,5% a 44%, y la pobreza extrema de 11,9% a 17,5%. En otras palabras: hay más pobreza de la que se ve.
El espejismo de la clase media. Durante años se celebró el crecimiento de la clase media boliviana. Sin embargo, los datos muestran que buena parte de este grupo era vulnerable: familias con ingresos apenas por encima del umbral de pobreza, sin capacidad de ahorro ni acceso a redes de protección. La pandemia y la crisis inflacionaria empujaron a más de medio millón de personas de regreso al estrato bajo. No es que la clase media haya crecido, es que la vara para medir la pobreza no subió lo suficiente.
Las trampas que perpetúan la pobreza. La pobreza en Bolivia no solo es el resultado de ingresos bajos, sino también de condiciones estructurales que impiden la movilidad social. La informalidad laboral alcanza a 84,5% de la población ocupada, una de las tasas más altas de América Latina. La productividad laboral es baja y los ingresos reales han disminuido en los últimos años. A esto se suma una educación en crisis, donde la mayoría de estudiantes no logra aprobar matemáticas, ciencias o lectura. En este contexto, trabajar ya no garantiza dejar de ser pobre, especialmente si se trata de un empleo informal, precario o mal remunerado.
Una pobreza que es más que económica. La pobreza también se manifiesta en otros planos invisibles: acceso limitado a servicios de salud, desconfianza hacia las instituciones, precariedad en la vivienda, inseguridad alimentaria, falta de redes de apoyo.
Bolivia ocupa el puesto 74 en el Índice de Felicidad Global y solo 32,5% de su población confía en las instituciones, según el Índice de Cohesión Social. Sin inclusión, sin confianza y sin servicios públicos de calidad, no hay superación sostenible de la pobreza.
Medir mejor para actuar mejor. La lucha contra la pobreza no puede depender únicamente del crecimiento económico ni de transferencias sociales. Se requiere un enfoque estructural, que combine empleo digno, salud y educación de calidad, políticas con enfoque territorial, sistemas de cuidados y, sobre todo, una revisión honesta de los instrumentos de medición. Porque cuando la línea de pobreza no sube al ritmo del costo de vida, la estadística deja de reflejar la realidad. Y sin una lectura clara de esa realidad, no hay política pública efectiva ni sociedad verdaderamente justa.