Opinion

HOLOCAUSTO EN PALMASOLA
La Yapanet
Fátima López Burgos
Viernes, 30 Agosto, 2013 - 12:36

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Las cárceles en Bolivia, son tierra de nadie. Los presos controlan los penales y por si fuera poco los guardias no tienen acceso a los pabellones, los reclusos organizan su propia seguridad. Hecho que confirma que la policía no tiene la capacidad para cumplir esta delicada función.

La noche del viernes 23 de agosto, justo cuando se recordaba en el mundo, el Día Internacional del comercio de esclavos y su abolición, los reos más peligrosos y violentos del Bloque “B” de Chonchocorito” (cárcel de Palmasola/ Santa Cruz), envalentonados por efectos del alcohol y drogas, preparaban para la madrugada del día siguiente el holocausto del siglo XXI, armados con garrafas, machetes y armas blancas. El plan fulminar a los reos del Bloque A, que dormían plácidamente.

La pugna de poderes al interior del pabellón de “Chonchocorito” y la urgencia de lograr un control total del recinto penitenciario., desató la matanza más feroz de la historia de las cárceles en Bolivia, con un saldo fatal: 33 internos muertos y al menos 60 heridos.

Uno de los  internos, mientras gemía de dolor por las fuertes quemaduras, relató que todo estaba planeado para asaltar el bloque A a la madrugada, momento en que la mayoría de las víctimas dormía.

El saldo de este salvaje ataque por el poder, dejó por sentado que la vida no vale nada en esta ciudadela nauseabunda, donde la violencia de los seres humanos en cautiverio, no tiene límites.

Los violentos reos a sangre fría aniquilaron a sus víctimas, utilizando  gas, machetes y otras armas punzocortantes para marcar su territorio y mostrar su poder. La poderofobía se había desatado.

La confusión y el horror estalló en puertas del penal, cuando la policía nerviosa y sin ninguna preparación en momentos de conflicto, negó a los familiares el ingreso al penal y declaró una clausura temporal de Chonchocorito.

Una madre, entre sollozos, sólo atinó a pronunciar el nombre de su hijo, dejando en reserva el apellido para precautelar su privacidad. Los familiares entre empujones y gritos desesperados compartían esta histeria colectiva imparable. La salida de los restos de los fallecidos en un camión de transporte público, rumbo a la morgue, fue impactante.

Entonces ¿de qué sirven las reformas, desconcentraciones y demás, si las autoridades no tienen control alguno sobre esa especie de guetos amurallados, donde la vida y la muerte son la cara de una misma moneda?.

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