Dario Meza Crespo – estudiante de ciencias políticas
Recuerdo que el 2020, en mi primer año estudiando ciencias políticas, una de las prioridades de la sociedad científica de la carrera y algunas ONGs era intentar que los jóvenes no cayeran desencantados por la democracia liberal y fomentar que participen en el proceso electoral; tenían miedo de que la democracia continuara deteriorándose en el país. Finalmente, ese año la mayoría terminamos votando “en contra” de nuestro candidato menos preferido, y así, una vez más, no obtuvimos el sentimiento de representación que nos fue prometido. Hoy, muy pocas cosas son diferentes, aunque el foco se centre en intentar mantener la estabilidad del país, se sigue abriendo el circo electoral donde los candidatos compiten por ser quienes controlen el aparato del clientelismo estatal para repartirse pegas y beneficiar a los suyos. Nuestra democracia, así como la de muchos países hoy, está en crisis, no funciona, y no pienso que tengamos que salvarla.
Si algo nos demuestran los eventos de los últimos meses en nuestro país, y en el mundo, es que la democracia liberal no tiene la capacidad para solucionar crisis económicas, resolver crisis migratorias o parar genocidios. Y es que, nuestro problema no son solamente nuestros políticos, sino también la estructura desde donde pretendemos hacer democracia. Entonces, nos vemos en la necesidad de repensar el significado propio de democracia y la forma de hacerla funcionar. Lefort propone una analogía para entender la democracia: compararla con “un lugar vacío”, es decir, que solo es verdaderamente democrática en la medida en que no puede ser apropiada por nadie, pero si ocupada temporalmente manteniéndose abierta al conflicto. La democracia liberal, con su carácter representativo y partidario, ha estado presente durante la mayor parte de nuestra historia moderna y aún, nos escupe a sus viejas y desgastadas figuras políticas que después de jugar con la dictadura, o haber estado envueltas en un sin fin de escándalos de corrupción nos son presentadas como única opción. Entonces, es momento de arrebatarle a la democracia liberal el lugar y el discurso, que no son suyos.
Claramente, no es el objetivo de estos pocos párrafos intentar presentar una propuesta técnica, sino iniciar la discusión sobre algunos de los principios que, pienso, deberíamos seguir en este proceso. Primero, hacer que no sea posible, para ningún partido, decidir quiénes ocuparán cargos públicos de carácter técnico, eliminando así, el carácter clientelista del gobierno (por ejemplo, por sorteo de cargos entre personas capacitadas). Después, reducir el peso político que actualmente tienen los diputados y senadores, descentralizándolo entre organizaciones, agrupaciones, movimientos sociales, colegios profesionales, etc. Y, sobre todo, pasar de una lógica formadora de consensos a una que favorezca el carácter conflictivo de la democracia, donde se cuestionen las relaciones de poder y puedan existir cambios estructurales. Este sería, lógicamente, un proyecto político de izquierda donde la derecha participaría en una estructura política diferente a la del último siglo.
Este proyecto político requeriría apartar al MAS de cualquier aspiración partidaria; no solo debido a que el desgaste político del MAS en Bolivia podría evitar el apoyo popular de una gran parte de la población, sino porque el intento de “salvar” al MAS significaría cortar prácticamente todas las cabezas del partido; algo que su estancada y corrupta dirigencia jamás permitiría. En este sentido, para preservar algunos de los avances importantes de las últimas décadas habría que reconstruir las relaciones entre el Estado, los movimientos sociales, la burocracia e incluir dentro de éstas a todas las personas que fueron dejadas de lado, y estén dispuestas a crear un proyecto político para todos y todas, que vaya más allá del consenso y busque reinventar el conflicto desde una perspectiva verdaderamente democrática. En otras palabras, seguir hoy con un proyecto político de izquierda que nos represente de verdad significaría dejar atrás al MAS y confiar en una reforma estructural de nuestro sistema democrático que nos permita hacer frente a los retos a los que nos enfrentamos.
Este proyecto tendría que centrarse en varios puntos clave que le permitieran tener continuidad, a la vez que fuerza política suficiente para poder alterar realmente la forma en que funciona nuestro país. Por un lado, como ya mencioné, ser consciente del rol que deben jugar los pasados gobernantes, así como también alejarse de los actores tradicionales del anterior sistema democrático: empresarios que financian sus intereses económicos a través de partidos, o contrincantes que busquen construir un proyecto de país donde los intereses de ese nuevo contingente democrático estén relegados a un segundo plano por los del mercado. Pero también desde lo económico, no estatizando todo o creando trabajo desde empresas destinadas a la quiebra, pero más bien, apoyando a los actores democráticos a actuar desde una posición de responsabilidad compartida.
Otro punto importante sería la descentralización, por ejemplo, subsanando la carencia de representación política en el oriente y en varios departamentos del país, principalmente por dos motivos: 1) durante las últimas décadas, estos actores tuvieron mucha menos participación política de la que les correspondía, y porque 2) subsanar estas faltas desde un proyecto democrático, significa también frenar el avance de movimientos de extrema derecha en estos lugares, que no buscan construir un proyecto político en sociedad.
Sin importar la forma en que decidamos organizarnos, dejar atrás nuestra actual democracia liberal y apostar por un nuevo proyecto político sensible a las necesidades de la sociedad boliviana parece una necesidad. Sobre todo, cuando seguir en el mismo escenario electoral, en un país en crisis, no parece prometedor. Apuntar hacia un verdadero cambio estructural, construido entre todos y todas, no es tarea fácil, y requiere que empecemos a pensar la democracia de una manera diferente; no solamente como una herramienta para generar consensos que se dan desde posiciones de poder preestablecidas, sino para, mediante el conflicto, crear nuevas estructuras que nos permitan establecer un proyecto político duradero capaz de enfrentarse a la crisis que estamos viviendo.