Opinion

BOLIVIA Y ARGENTINA EL 25 DE MAYO
Río Abajo
Pablo Cingolani
Martes, 21 Mayo, 2013 - 11:19

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Hay una historia estampada en libros, forjada en monumentos, sancionada en fechas. Es la historia oficial, es la historia que se enseña en las escuelas, es la historia que forma parte de una tradición que nadie sabe si es buena, si es útil, si es justa, o para qué evocarla o cómo se enlaza con nuestras vidas. Es una historia lejana, alejada, esquemática, aburrida, inerte, que no despierta pasión, no promueve adhesión, no provoca identificación. En la realidad-real, uno vive el día a día, y lo cotidiano es tan complejo o duro o insensible que no queda lugar para otra cosa.

Sin embargo, uno vive la historia, la padece o la encarna, no sólo la propia, sino la historia colectiva, la historia de todos, la historia de los pueblos. Entonces, si vamos recorriendo  a cada rato nuestra historia, ¿por qué la sentimos ajena, por qué no la honramos, por qué no nos conmueve?

Sufrimos una especie de contaminación anímica y espiritual. De un lado, es imposible amar al bronce —frío, mudo, inconmovible. A la vez, en forma “desigual y combinada”, también nos bombardean, acosan, perturban, con algo peor que nuestra tradición histórica, nos atacan con la historia de aquellos que siempre han buscado dominarnos, dividirnos, explotarnos. Todas las películas que nos enchufan desde Hollywood son eso.

Entonces, entre una historia propia pero negada, mal contada, escamoteada y una historia impropia que nos buscan inocular sutilmente pero a la fuerza para lavarnos la cabeza y robarnos el alma, ¿qué nos queda?
Pues nos queda insistir, recrudecer, arreciar en la misma tarea pendiente de siempre: bajar la historia del pedestal a las masas, revisarla de manera permanente, incansable, reivindicando la historia de los de abajo, de los pobres, de los humildes —la de aquellos que la historia oficial y la historia de afuera jura que carecen de historia y a los cuales trató siempre como chusma, como bandidos, como incorregibles— y tratar de que esa historia vuelva a hacerse carne, piel, entrañas, corazón y sueños en sus herederos, en sus continuadores, en sus nuevos protagonistas del presente.
Dijo, alguna vez, Jenaro Flores, en un acto en el medio del altiplano: “Debemos estar orgullosos de lo que somos (…) porque nuestra revolución nacional debe vestirse de ch´ulu, poncho, martillo, taladro y machete”. Sentenció: “No necesitamos héroes prestados”.

Es impactante lo que dos o tres oraciones pueden expresar. Sacuden las palabras de Jenaro porque apuntan al centro y a la medula de ese anhelo que planteamos, y hay que ser muy interesado o muy necio para no entender el  significado de las mismas, su hondura y su arraigo.

En torno a esa historia de poncho y martillo, alguien, anónimo, o sea todos, en un encuentro poético musical andino realizado en Arica-Chile en 1989 (y que Xavier Albó y Félix Laime tuvieron a bien recopilar y publicar), escribió “Son las manos de mis antepasados las que construyeron andenes para cultivos, escuelas, iglesias y grandes ciudades. Sobre sus hombros cargaron piedras para construir caminos, cárceles, acueductos, puentes sobre ríos, pueblos. A millones entraron vivos a las minas, para salir convertidos en oro; oro y azogue. Ya nunca regresaron a sus tierras para poder acariciar a sus nietos”.

Son dos expresiones de lo mismo: historia viva, vital, vivificante. De esta mirada, de esta historia hecha cuerpo, hecha materia, hecha sustantivo, hecha lucha, es de donde deben surgir los héroes, los mártires, los líderes: ese es el fermento, esa es la raíz, ese es la huella donde nos vamos a auto reconocer, nos vamos a sentir orgullosos, nos vamos a sentir plenos, con un pasado que nos avala y defiende y con un futuro que se construye sobre esas mismas convicciones y sentimientos.

Sin dogmatismos o intelectualizaciones inconducentes que nos fosilicen, esta es la esencia del fenómeno cultural-político que expresa Evo, o al menos así lo entendemos. Vamos por un camino que debería ser irreversible. Si se tuerce, hay que volver a encauzarlo, porque no hay otro destino si no queremos peregrinar a ciegas en el vacío.
Entonces, en esta dirección, una fecha simbólica como es el 25 de mayo que une, que entrama, las historias oficiales de lo que hoy son dos países (dos fronteras, dos aduanas, dos oficinas de migraciones y otros pares de unas cuantas y absurdas y repetidas cuestiones), tendría que servir de poderosa plataforma para pensar y sentir todo esto.

En el plano de lo emotivo —donde la condición humana se expresa sin atenuantes, en su cualidad más pura—, el derecho a reconocernos en una historia plural, colectiva, compartida, popular, libertaria, debiese ser considerado el derecho primordial, el raigal, el constituyente, la madre de todos los derechos.

Es tiempo de dejar a un lado la visión fatalista de que la historia la escriben sólo los que ganan, que puede que haya sido así. Es tiempo de escribir nuestra propia historia, revisarla hasta el final desde esas voces que están ahí, que siempre lo estuvieron, pero que fueron silenciadas por los grandes relatos canónicos, por los libros gruesos y que nadie lee, por esa ideología de los que no quieren al pueblo.

De esa vertiente, insisto, saldrán las hazañas y los héroes genuinos, los más propios, los que nos identifiquen. Pienso en Tomás Katari —y es sólo un ejemplo. Un hombre que caminó solitario, pero decidido y valiente, desde Chayanta, desde el norte potosino, hasta Buenos Aires, hasta la capital administrativa del entonces virreinato rioplatense para reclamar por los derechos de su pueblo. Caminó días, semanas, meses, años. Fue a finales del siglo XVIII. Esa marcha titánica y singular en la crónica escrita, ha sido revivida en millones de ocasiones y a su manera por los anónimos caminantes que migran desde Bolivia a la Argentina a lo largo de todo el siglo XX y ahora nomás, en el siglo que vivimos. Tomas Katari, a su vez, no hacía sino seguir el camino principal, el Qhapac Ñan, la vía que inmemorialmente vinculó a las tierras altas con las tierras bajas.

Con las puntas y el lazo que une nuestro espacio-tiempo, desde la puna a la llanura, desde la montaña a la costa, desde el principio hasta hoy, desde los que iban y venían, subiendo o bajando, y viceversa, en cada caso, e iluminados por uno de los pocos nombres que ha sobrevivido al desprecio y al olvido, podemos, si queremos, escribir otra historia. Ni la de los vencidos, ni la de los vencedores: sólo la nuestra.
 
Río Abajo, 21 de mayo de 2013