Opinion

VIOLADORES
Surazo
Juan José Toro Montoya
Miércoles, 30 Enero, 2013 - 10:01

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El cuerpo humano es una maravilla de la naturaleza y el de la mujer es el más hermoso. Tocar el cuerpo de una mujer es un privilegio. Para hacerlo, los hombres tenemos que enamorarlas, conseguir que nos acepten afectivamente, o, en el peor de los casos, seducirlas.

El hecho es que, ya sea por enamoramiento, seducción o ambas cosas —que generalmente van de la mano—, lo que debe primar para el contacto físico no sólo es el consentimiento sino también el deseo. El hombre toca el cuerpo de la mujer no sólo porque ella lo permite sino porque quiere que él la toque. Cualquier contacto que no incluya ese tipo de consentimiento no es una relación… es una violación.

Reflexiono sobre la dicotomía entre violación y consentimiento luego de los graves sucesos que, lamentablemente, fueron reportados con el acompañamiento de filmaciones que sólo consiguieron que los hechos sean todavía más humillantes y perversos.

Primero estuvo el caso de la Asamblea Legislativa Departamental de Chuquisaca, ampliamente difundido y con desenlace judicial pendiente, pero luego vino la difusión del video de Sixto Martínez, un dirigente del MAS que, según la denuncia, obtuvo acceso carnal con una mujer que le pedía ayuda para conseguir trabajo.

Es lógico que la denuncia fue formulada por afanes políticos pero eso no minimiza la gravedad del hecho y, por razones que explicaré enseguida, me concentraré en este último caso.

Que el jerarca de una institución pública o de un partido gobernante obtenga sexo a cambio de un puesto de trabajo no es una novedad en Bolivia. Es más… es un secreto a voces.

La práctica no es propia del MAS —que sí parece tener militantes propensos a las violaciones— sino que se ejecuta desde tiempos inmemoriales y ha llegado al extremo de que tiene carta de ciudadanía. Eso sí… todo en voz baja.
Con un país con índices de desempleo tan altos y salarios bajos, la mujer se ve obligada a buscar trabajo así esté casada. Es entonces que se encuentra con la disyuntiva: el capo de la oficina puede darle la pega pero, para ello, tiene que “aflojar”; es decir, tener sexo con él. Si la mujer piensa que con una vez será suficiente, se equivoca. Una vez conseguido el primer acceso, el capo pedirá más y, si la mujer no accede, entonces se expone a perder el trabajo.
La situación se replica en el sistema educativo. Ya sea en Secundaria, en las universidades, normales o institutos superiores, son varios los casos en los que estudiantes mujeres tuvieron que ceder a los apetitos sexuales de los docentes a cambio de calificaciones. ¿Hay denuncias?... ¡Claro que no!... ya les dije que, de tanto repetirse a lo largo del tiempo, el sexo a cambio de favores se ha convertido en una práctica inveterada.

Si un hombre consigue favores sexuales de una mujer sin mediar el enamoramiento o la seducción la está violando, ultraja no sólo su dignidad sino sus derechos humanos. ¿Cómo es posible que este tema no haya sido objeto de legislación?

El MAS se apresuró en aprobar y promulgar una ley que sanciona el acoso político contra las mujeres que acceden a cargos públicos mediante el voto. Sí. La Ley era necesaria pero, paralelamente, ¿por qué no se trabajó en una ley contra el acoso sexual?

El acoso sexual es una de las prácticas más deleznables y extendidas en Bolivia. A lo largo y ancho del país, en todas las instituciones públicas, existen hombres como Sixto Martínez así que debemos aceptar que ha llegado a tales extremos que es necesario combatirlo. ¿Por qué no se incluye en la agenda de la Asamblea Legislativa Plurinacional? ¿Será porque no les conviene a los masistas propensos a la violación?

El autor es Premio Nacional en Historia del Periodismo.

 

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