Opinion

PALABRAS GOLPEADORAS
Tinku Verbal
Andrés Gómez Vela
Lunes, 18 Febrero, 2013 - 10:06

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Si la ley fuera tan efectiva, los países que contemplan la pena de muerte ya hubieran erradicado los delitos sancionados con ese sentencia; si fuera la medicina a las enfermedades sociales, ya no hubiera homicidios, violaciones o delitos de otra naturaleza. La ley es un marco hipotético en la que encuadran conductas humanas diferentes para sancionar a la persona que cometió un hecho parecido (no igual porque las causas, los actores, las consecuencias y las circunstancias casi nunca son iguales) al descrito en un artículo. Creer que toda la solución está en la Ley genera una inflación legal y no garantiza la convivencia social.

Parte de la solución está en construir un modelo de persona con escala axiológica. Para ello es necesario revisar el valor de las palabras, que primero nacen en la mente, desde donde luego saltan a la realidad. En ese ámbito urge expulsar del lenguaje cotidiano términos que descalifican a la mujer o construyen la culpabilidad o inferioridad de ella. Por ejemplo:

Hijo de puta.- Es el descalificativo más común de un hombre a través de la mujer que le dio vida. Humillación indirecta, enfocando el misil verbal en la madre. Este denominativo, que describe a la mujer que cobra por sus servicios sexuales o vive de ellos, es el más usado por maridos, parejas, novios para reducir la autoestima del sexo femenino y justificar la golpiza. Es un ataque bajo contra la dignidad femenina en la medida de que no existe el insulto “Hijo de Puto”, porque al menos en el mundo machista es un honor ser puto y “bien visto” por los círculos patriarcales en los que militan muchas mujeres.

Mujer pecadora.- Recuerdo que en los cursos de primera comunión el catequista mostraba a la mujer como la culpable del pecado original. Eva, que salió de la costilla del hombre, cometió la osadía de probar el fruto prohibido del Paraíso e inducir al bueno de Adán, pese a la advertencia de Dios, a darle una mordida. Gracias a esa pecadora hoy tiene que trabajar y ganarse la vida con el sudor de su frente, mientras que ella paga su culpa pariendo sus hijos con dolor. La religión nos presentaba a nuestra propia madre como culpable de nuestra desgracia, justificando la violencia contra ellas, representadas por la despreciable víbora. Aunque luego quiso reivindicarse con la Vírgen María.

Mujeres procreadoras.- Cuando un día leí en un restaurante que “la mujer es un ser de cabellos largos e ideas cortas” y vi en las leyes que el fin de la mujer es procrear daba la impresión de que ella tiene una solo función en la sociedad: parir, ergo vivir bajo el dominio del macho, quien la redujo a las labores domésticas y diplomáticamente la llamó Ama de Casa. Para que se distraiga, le dio una misión: criar a los hijos, mientras él podía hacer lo que le daba la gana con su vida. Hoy mismo circula la hipótesis de que hay crisis en el hogar por culpa de ella, que ya no cría a los hijos y cambio la casa por el trabajo. 

Dios es hombre.- La Cultura Machista erigió a un Dios hombre como origen de la vida, como el ordenador de las cosas en el mundo, entre esas cosas figura la mujer, a quien le entrega al hombre, entonces, algunas señoras aún se predisponen a rebautizarse cuando se casan agregando la preposición “de” para comenzar una nueva vida: Verónica Mamani de Sánchez. Ese monosílabo la convierte en propiedad de un hombre y el propietario tiene el derecho de uso y goce de esa cosa.

Estas palabras (seguramente usted conoces otras y puede ir agregando a esta lista) parecen inocentes, pero no lo son, construyen el orden mental y mundano (desde los juegos, las niñas cocinan y los niños tienen pistolas) en torno al hombre y siembran la semilla de la violencia que termina con la vida de miles de mujeres, quienes, precisamente, por estos golpes lingüísticos llegan a considerar como natural el maltrato. Y muchos hombres las martillan con estas palabras porque saben que es la base de su dominio.