Tomy Pérez Alcoreza
En Bolivia, la festividad de Todos Santos es mucho más que un día en el calendario; es una tradición profundamente arraigada en el corazón de cada familia que busca recordar y honrar a quienes ya no están entre nosotros. Este 1 y 2 de noviembre, como cada año, esperamos la visita de nuestros seres queridos que han partido: abuelos, padres, hermanos y amigos que nos dejaron un legado de amor y recuerdos imborrables. Es un momento en el que las familias se unen, se conectan con sus raíces y rinden homenaje a las almas que, según la tradición, regresan al hogar por unas horas.
En la madrugada del 1 de noviembre, la casa comienza a llenarse de aromas y colores. Los preparativos son un acto de amor, en el que cada familia prepara con esmero los platos de comida y bebidas que fueron los favoritos de quienes partieron. En la mesa o altar que se levanta en honor a los difuntos, no pueden faltar las t’antawawas (figuras de pan en forma de niño), que representan el ciclo de la vida y la continuidad de la existencia. Alrededor del altar, se colocan flores coloridas, cañas de azúcar, bizcochuelos, frutas, retamas y los tradicionales suspiros de merengue, rodeando las fotografías o epitafios con los nombres de los seres recordados. Es una escena cargada de simbolismo, donde cada elemento tiene un significado: las flores representan la belleza y fugacidad de la vida, mientras que la caña de azúcar simboliza el sustento para el viaje de regreso al más allá.
Al mediodía, la familia se reúne alrededor del altar para recibir a las almas en un ambiente de recogimiento y respeto. La mesa se convierte en un puente entre el presente y el pasado, en el que se manifiesta la creencia de que, al honrar a nuestros muertos, sus espíritus regresan a compartir un momento en el hogar que alguna vez fue suyo.
El 2 de noviembre, la tradición continúa. Al amanecer, la familia comienza a desarmar el altar, ya que las almas están a punto de partir. Se prepara entonces una visita al cementerio, donde se realiza la despedida final. En un ambiente de oración y música, amigos y familiares se congregan para rendir homenaje a sus difuntos. Los rezos y canciones que acompañan este momento no solo son una muestra de respeto, sino también una forma de reconexión con quienes partieron, de mantener vivos sus recuerdos y sentirlos una vez más cerca.
Sin embargo, en los últimos años, esta tradición ha comenzado a enfrentarse a un desafío inesperado: la creciente popularidad de Halloween. Las imágenes de calabazas, disfraces y fiestas de “Noche de Brujas” han ganado cada vez más espacio en nuestra sociedad, especialmente entre los jóvenes. Halloween, aunque es una celebración extranjera, ha calado hondo y, en muchos casos, ha desplazado la celebración de Todos Santos, colocándola en un segundo plano. Esta tendencia, sin embargo, también plantea una oportunidad: fortalecer nuestra identidad cultural y mantener vivas las tradiciones que nos han sido transmitidas a través de generaciones.
La convivencia entre ambas festividades no tiene que ser una amenaza para nuestras costumbres. Más bien, puede ser un momento para reflexionar sobre la riqueza de nuestra herencia cultural y cómo adaptarnos a un mundo que se globaliza cada vez más. La inclusión de nuevas costumbres no debe significar la pérdida de las propias, sino más bien un espacio para el enriquecimiento y la adaptación. Así como el altar de Todos Santos honra a quienes han dejado una huella en nuestras vidas, nuestra cultura puede convivir con otras tradiciones siempre que se mantenga el respeto por nuestras raíces y la conciencia de lo que significa ser boliviano.
Hoy más que nunca, es vital enseñar a las nuevas generaciones la importancia de Todos Santos, una celebración que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos. La tradición de recibir y despedir a las almas nos conecta con nuestro pasado y nos ayuda a entender que el recuerdo y el respeto a nuestros seres queridos es una parte fundamental de nuestra identidad. Es un momento de introspección, de encuentro familiar y de reafirmación cultural.
Que este Todos Santos sea una oportunidad para reflexionar, para recordar y para fortalecer nuestra cultura en medio de un mundo cambiante. En cada plato preparado, en cada oración y en cada flor depositada en los altares y tumbas, vivimos un homenaje a quienes siguen presentes en nuestros corazones, recordándonos la importancia de nuestras tradiciones y de mantenerlas vivas en el tiempo.