Opinion

PATRIMONIO DE LA IGLESIA II
A ojos vista
Mario Mamani Morales
Martes, 26 Marzo, 2013 - 19:30

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Hace algunas semanas nos anoticiamos sobre el robo del Siglo producido en Potosí. Los malhechores se llevaron un tesoro fácilmente superable al medio millón de dólares de la iglesia de La Merced. Sería interesante conocer cuánta riqueza se guarda en templos, iglesias o capillas existentes a lo largo y ancho de nuestro Estado y para qué sirven.

Los feligreses solemos visitar los lugares santos y admirar estas riquezas que se custodian en museos y otros lugares donde están las donaciones de los fieles. Los Santos Patronos y las Vírgenes que se veneran reciben desde oro, plata, diamantes, rubíes y otros metales preciosos por gratitud a un favor recibido o el cumplimiento de una promesa. También se encuentran infinidad de vestuario que van desde túnicas, capas, mantos, sombreros y muchas otras cosas, que valuados en dinero, seguro que suman muchos millones de pesos.

En Potosí, donde la historia recoge que se edificaron hasta 32 templos desde los tiempos de la llegada de los españoles, quienes impusieron a capa y espada la Biblia y la cruz a los aborígenes, luego les hicieron trabajar en la construcción de estas iglesias, precisamente en los mismos lugares donde los indígenas tenían sus sitios sagrados. Si nos preguntamos: ¿de quién fue la mano de obra? Seguro que este trabajo no era voluntario ni remunerado, mientras otros de sus hermanos, millones por cierto, dejaban sus pulmones en la Mita de las minas, salían sólo a morir, no había misericordia de Dios que los salvara.

Los nativos edificaban templos; pero ni podían ingresar a escuchar misa en estos lugares que se alzaron como monumentos, de riqueza incalculable, con paredes doradas, altares atestados de mucha cera, de oro y plata. Es que se dudaba si ellos tenían alma. En los inicios de la cruenta colonización no era el propósito predicarles el evangelio sino sólo explotarlos, acabar con sus creencias y convertirlos en pongos, mit’anis, servidumbre de fácil disposición.
Luego de que en España los teólogos y sabios determinaron que sí tenían alma, entonces recién se les construyeron templos o iglesias; pero en la periferia, lejos del centro; es decir, el evangelio de Cristo no se compartía en el pan y el vino que Jesús bendijo con los humildes que lo rodeaban cuando cumplía su misión en la tierra.

Hoy nos damos cuenta que en esas iglesias están acumuladas riquezas inmensas, producto de donaciones de esa misma gente, pues los pasantes o prestes de las grandiosas fiestas que se inventaron en el pasado y que se observan hoy, provienen de la gente que tiene raíces indígenas, las donaciones se hacen precisamente por ese grupo social. Antes lo hacían los grandes acaudalados, especialmente mineros, que lucraron precisamente con el sudor de los más pobres. La historia está abierta y se puede probar.

¿Qué haría Jesús hoy con esas riquezas que se encuentran en los templos e iglesias erigidos en su nombre? ¿Viviría, aquel humilde del pesebre de Belén, en las mansiones y palacios que habitan hoy sus discípulos? ¿Aceptaría que el perdón de los pecados sea retribuido con donaciones en oro y plata para adornar sus templos? ¿No diría otra vez que “tu fe te ha salvado”? ¿Bendecirá Jesús las ceremonias pomposas, llenas ostentación y esplendor donde se levanta su Nombre y se gastan millones de dinero mientras existen sus hermanos que no tienen pan ni cobijo ni escuela? ¿Pasarán estos días Santos y volveremos a ser siempre los mismos pecadores?

Quizá sería interesante repensar en la función de la iglesia en relación a los caudales de riqueza existentes en su seno y antes que sigan siendo motivo de codicia de los amigos de lo ajeno, porque de éstos también hay quienes comparten en la mesa del Señor y en muchas partes ya se vaciaron los objetos suntuosos y no valuados en dinero.
En algunos lugares ya no quedan templos o iglesias, sólo vestigios, ruinas e historia. Con esas riquezas, antes que desaparezcan, bien podrían ser reconstruidos pero no como un templo aislado, sino con escuela, hospital o centro productivo que vaya en beneficio de la misma comunidad, de tal manera que se conviertan en iglesias vivientes.