Nelson Martinez Espinoza
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva presentó en Belém, a las puertas de la COP30, el Fondo de Bosques Tropicales para Siempre, una iniciativa que busca movilizar hasta 125.000 millones de dólares para conservar los bosques tropicales del planeta. Más allá de la magnitud económica, la propuesta coloca a Brasil —y al conjunto del Sur Global— en el centro del debate climático internacional, reivindicando una mirada soberana sobre la gestión ambiental.
El mecanismo combina 25.000 millones de fondos públicos y 100.000 millones de inversión privada, y se basa en un principio innovador: los países con bosques tropicales recibirán incentivos financieros por mantenerlos en pie, reconociendo el valor de sus servicios ecosistémicos.
Al menos un 20% de los recursos estará destinado a comunidades locales e indígenas, que durante siglos han sido guardianas de estos ecosistemas.
El fondo propone un cambio de paradigma. Durante décadas, el desarrollo se ha medido por la capacidad de extraer y consumir recursos naturales. La propuesta de Lula desafía esa lógica, planteando que la conservación puede ser también una fuente de riqueza y bienestar social. “Sin bosques no hay agua para beber ni alimentos para plantar”, dijo el mandatario brasileño, sintetizando la conexión entre naturaleza y supervivencia humana.
Sin embargo, el reto no será menor. El equilibrio entre rentabilidad, transparencia y justicia social será decisivo. La distribución de los recursos, la medición de resultados y la coherencia con las políticas nacionales —en particular en lo referido a la explotación de combustibles fósiles— pondrán a prueba la credibilidad del fondo.
Para Bolivia, este anuncio abre una discusión necesaria. Con una vasta Amazonia compartida y una diversidad biocultural extraordinaria, el país podría beneficiarse de esquemas de pago por conservación adaptados a su realidad. Ello exige fortalecer la participación de pueblos indígenas, garantizar gobernanza ambiental y proyectar una estrategia diplomática activa en el ámbito climático regional.
El lanzamiento del fondo de Belém representa una redefinición del liderazgo ambiental. Por primera vez, los países con bosques tropicales no aparecen como receptores pasivos de ayuda internacional, sino como protagonistas de una economía verde con equidad. Si la iniciativa logra articular intereses públicos, privados y comunitarios, podría marcar el inicio de una nueva etapa en la gestión global del clima.
La historia reciente enseña, sin embargo, que los grandes compromisos ambientales suelen diluirse cuando se enfrentan a la realidad económica. El desafío para Lula y para toda América Latina será convertir el discurso en resultados tangibles: en hectáreas protegidas, en comunidades fortalecidas y en bosques que sigan respirando.
