Cuando ella relata su historia son inevitables las lágrimas que escapan de sus ojos color noche, recorriendo su rostro joven, se abren surcos por sus pómulos pronunciados y colorados, se pierden en sus labios rojos que, de rato en rato se cierran y abren conteniendo el sollozo, y haciendo notar una pequeña cicatriz en la parte superior.
Era casi 11 de la mañana cuando llegó al lugar acordado para romper el silencio. Ella es Gloria de 38 años de edad, nombre ficticio que se eligió para esta historia, porque aún se encuentra en situación de riesgo.