Opinion

INÚTILES
Surazo
Juan José Toro Montoya
Miércoles, 22 Mayo, 2013 - 17:31

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Hace algunos años, cuando a los potosinos ni se nos pasaba por la cabeza que un día tendríamos que soportar una huelga de 19 días, le pregunté a un dirigente por qué repetíamos las mismas medidas de presión y no se optaba por otras que afecten realmente al Gobierno y su respuesta fue tan sincera como espontánea: “no sabemos hacer otra cosa”.

No recuerdo en qué circunstancias le hice le pregunta. Eso sí, era en días previos a algún conflicto con el Gobierno de entonces (ni siquiera sé cuál era) porque el comité cívico ya estaba preparando presiones como huelgas y bloqueos de caminos.

Se dice que la primera huelga se realizó en un tiempo tan remoto como el año 1152 antes de Cristo. El escenario habría sido Egipto donde unos 60 artesanos que trabajaban en el Valle de los Reyes se negaron a trabajar porque no habían recibido su salario alimenticio.

De entonces al presente, la huelga no ha evolucionado aunque sí ha pasado a formar parte de los derechos laborales. La Organización Internacional del Trabajo la reconoce como uno de los medios legítimos del que disponen los trabajadores para la promoción y defensa de sus intereses económicos y sociales.

En términos generales, la huelga es la suspensión colectiva de la actividad laboral. Suele ser efectiva cuando se la ejecuta en una empresa privada, ya que esta es la directamente afectada por la medida, pero también puede ejecutársela en todo un país. Es entonces cuando se denomina huelga general.

Pero como muchos patrones y/o gobernantes no se doblegan ni siquiera con una huelga, los trabajadores encontraron otros métodos para hacerse escuchar. Uno de ellos es el bloqueo de caminos; es decir, el cierre temporal de vías de transporte terrestre.

Ahora bien, tanto la huelga como el bloqueo de caminos son medidas excepcionales que sólo se asumen cuando instancias previas han sido agotadas. En otras palabras, vienen a ser los últimos recursos de persuasión, aplicables sólo cuando los demás han fallado. 

Sin embargo, en Bolivia estamos tan malacostumbrados a las soluciones por el desastre que la huelga y el bloqueo no son las últimas medidas que asumen los trabajadores sino más bien las primeras.

Al declarar la huelga y el bloqueo, los dirigentes no debaten suficientemente sobre la efectividad de esas medidas. ¿Realmente se afecta al Gobierno? Es cierto que su imagen se deteriora pero, al final, tanto los gobernantes como sus funcionarios siguen trabajando. El bloqueo, por otra parte, tampoco les afecta porque ellos generalmente viajan por avión y utilizando recursos estatales. En cambio, una huelga daña directamente al aparato productivo nacional y merma el crecimiento económico del Estado. Los bloqueos de caminos no sólo son inconstitucionales, por cuanto afectan al libre tránsito de las personas, sino que también son criminales cuando evitan que enfermos de gravedad lleguen a su destino, como ya ocurrió en varias oportunidades.

Aunque siempre dañinos, los más inútiles son los paros y bloqueos locales, porque sólo castigan a la región en la que se ejecutan, pero, pese a ello, los dirigentes siguen usando esas medidas. ¿Es que no es posible idear algún otro tipo de medida de presión, una que no afecte al ciudadano común sino directamente al patrón o al gobernante? Lancé esa pregunta hace algunos años, cuando a los potosinos ni se nos pasaba por la cabeza que un día tendríamos que soportar una huelga de 19 días, y la respuesta del dirigente interrogado fue tan sincera como espontánea: “no sabemos hacer otra cosa”.

Desde entonces sé que las huelgas y bloqueos no se hacen en Bolivia por reivindicaciones sociales sino porque los dirigentes son tan inútiles que no son capaces de idear otro tipo de medidas.

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.