El silencio de René: una historia que no se barre

Iván Ramos - Periodismo que Cuenta
René Pérez López se sienta en un umbral como quien no tiene apuro. Sin prisa, sin temor. Desde ese rincón de cemento observa cómo la ciudad se desborda en pasos apurados, bocinazos, gestos tensos. Él, en cambio, espera. Con la paciencia de los que han aprendido a no correr detrás de nada. Espera a sus clientes: los vecinos que, con respeto y costumbre, le entregan sus papeles usados, el pasto seco, las hojas caídas.
Porque René no recoge basura. Recolecta lo que la naturaleza suelta, lo que el tiempo deja atrás. “Solo pasto, hojas y papel. Nada más”, dice con voz baja pero firme, como quien defiende su oficio con el peso de la palabra.
Su carrito de dos ruedas —viejo, chirriante, remendado— es parte de él. Lo arrastra como una extensión del cuerpo, como quien no se avergüenza de lo que carga, sino que lo honra. Es su herramienta, su sustento, su manera de pertenecer al mundo.
Vive cerca del mercado Canadá, en una pieza alquilada. Y frente a uno de los edificios más altos de la ciudad, ha construido su rutina. Una vida sin lujos, pero con dignidad.
“Yo soy de Azurduy, Chuquisaca”, se apresura a decir cuando se le pregunta de dónde viene, como si el origen fuera una bandera que se lleva en el pecho. Tiene dificultad para escuchar y se esfuerza al hablar, pero cuando lo hace, sus frases son cortas, limpias, esenciales. No dice más de lo necesario. Pero lo que dice, deja marca.
René no tiene esposa ni hijos. Vive solo. Y sin embargo, no se queja. Sonríe con la serenidad de quien ha hecho las paces con la vida. Su ropa está limpia, como si cada mañana fuera una declaración silenciosa: la pobreza no es suciedad, ni dejadez. Es apenas una circunstancia. La dignidad, en cambio, es elección.
A veces se instala en la esquina de las calles Abaroa y Grau. Otras, entre la Ayacucho y Pastor Sainz. No importa el lugar. La gente lo busca. “La gente que me conoce me viene a buscar”, dice con una mezcla de orgullo y gratitud. Y es cierto. Porque René se ha ganado su lugar en la ciudad no con ruido, sino con constancia. Con presencia. Es uno de esos rostros que no salen en las noticias, pero que sostienen el tejido invisible de la vida urbana.
René vive sin escándalos, sin ruidos, sin quejarse de la soledad. Su carrito chirría por las calles como un testigo de su paso callado. Es invisible para muchos, pero no para quienes miran con el corazón. Porque en medio de una ciudad que corre, grita y consume, hay un hombre sentado en un umbral, esperando. No espera caridad. Espera trabajo.
Y eso, en estos tiempos, es un acto profundo de esperanza.